miércoles, 14 de mayo de 2014

Espadas, amor y nieve

Nada mejor que buscar de vez en cuando viejas glorias para ver la evolución de un escritor. Aquí os dejo un fragmento de uno de mis primeros borradores sobre "Él y Ella". Os pongo en situación: Javier y Sarah han viajado al pasado y han asumido los cuerpos de Lord Damian y Lady Elizabeth ¿Encontrarán el origen de su magia? ¿lograrán regresar a casa?....

 Javier recobró el conocimiento. Se encontraba en un patio de armas. Era alrededor del mediodía. El sol lucia alto y majestuoso pero no calentaba pues hacia frio. Había muchos escuderos y criados que corrían de un lado para otro con sillas de montar, armaduras, lanzas, escudos o espadas recién forjadas. Por primera vez, Javier se fijó en su atuendo. Llevaba una cota de malla que le llegaba hasta las rodillas cubierta por una túnica de color azul oscuro. La túnica llevaba el emblema bordado en oro de un león alado con dos espadas cruzadas bajo sus patas.

Al incorporarse se dio cuenta de lo mucho que pesaba la cota de malla. Mientras daba un par de vueltas al recinto para acostumbrarse a su peso, oyó que alguien lo llamaba por el nombre que Paul y Jess le habían dicho que lo llamarían.

-Lord Damian- unos caballeros que se encontraban fura del patio de armas estaban llamándolo. Javier acudió con paso firme y decidido.- os vemos muy pensativo. ¿Ocurre algo?

Los tres caballeros lo miraban con gesto cordial y a la vez preocupado. Javier recordó la posición de su personaje. Lord Damian era un joven recién nombrado caballero. Su valor y su destreza en la última batalla habían sido cruciales para su nombramiento. Aquellos tres hombres con los que Javier estaba hablando eran los protectores del joven caballero. Respondían ante él, le daban buenos consejos y le advertían prudentemente.

Javier pensó que esa sería la primera y también la última vez que utilizaría aquel dialecto medieval que tanto le gustaba a la Señorita Andrews.

-No, no ocurre nada. Solamente me encontraba reflexionando sobre la capacidad de almacenamiento del patio de armas.- fu lo primero que se le ocurrió decir. Le salió solo, no sabía muy bien porqué. Era como si estuviera siguiendo un guión.

-¿Y vuestra espada? No deberíais ir sin ella.

-Me disponía a subir a mis aposentos a cogerla.- se excusó rápidamente y subió al castillo.

Javier contempló maravillado la arquitectura de aquella soberbia construcción que se erguía sobre la ladera de una montaña en cuyo pie se encontraba el pueblo y los campos del reino. La piedra con la que estaba construido el castillo era de un asombroso marrón claro. En algunas piedras el sol se reflejaba <<Parece hecho de cristal>> pensó Javier.

Tras subir veintidós escalones, Javier empujó la pesada puerta de la entrada. Ante él se encontraba un gran salón de refulgente mármol con grande3s ventanales que iluminaban completamente la estancia. A ambos lados de la puerta había una escalera. Javier subió por una de ellas y guiado por aquel extraño GPS interior, llegó a sus aposentos. Se trataba de una gran habitación con preciosos muebles y grandes ventanas.

Javier vio su espada dentro de su vaina al pie de la cama. Desenfundó la espada y pudo verse reflejado en ella. En ese momento cayó en la cuenta de que aún no sabía qué aspecto tenía. Guardó su espada y bajo a los establos en busca de algún barreño o cubo de agua en el que verse. Encontró un gran cubo de agua cristalina y al asomarse, él mismo se asombró de lo que vio.

Al parecer el tal Lord Damian era igual que él, tal vez dos o tres años mayor. Sí, tenía el aspecto de un joven apuesto de diecinueve años, incluso le había salido un poco de barba. Un criado se l acercó en silencio y le preguntó.

-Disculpad señor. ¿Deseáis que os prepare vuestro caballo?

A Javier le pareció gracioso cómo un chico de unos pocos años menos que él le trataba con tanto respeto. De pronto sintió que Sarah se encontraba en peligro. Su rostro se ensombreció de pronto.

-Sí, y hacerlo lo más rápido posible, os lo ruego.


Sarah estaba muy asustada, aquel hombre se acercaba cada vez más a ella. De repente un escudo circular apareció como si fuera un frisby y golpeó al hombre en la cabeza. Sarah miró en la dirección de la que había aparecido el escudo- frisby.

Montado sobre un caballo marrón apareció Javier. Cuando llegó hasta ella, desmontó rápidamente y la abrazó. Permanecieron así unos instantes., hasta que Sarah rompió el silencio.

-Gracias.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Javier cogiendo las riendas de su caballo.

-Es un poco largo de explicar. Verás, resulta que al arecer soy la princesa Elizabeth, es curioso porque es mi segundo nombre. En fin, estaba en el jardín del castillo cuando oí que mi dama de compañía me llamaba desde fuera de las puertas del castillo. Salí y vi a ese hombre amenazando a la dama con su espada. No tuve tiempo para reaccionar. Me cogió, de una manera poco ortodoxa todo sea dicho, y me subió al caballo. Salté en cuanto me fue posible pero el hombre me persiguió. El resto de la historia ya la conoces.

Javier miraba alucinado a Sarah. No se había enterado de la mitad de las cosas que ella había dicho. Al igual que Javier, Sarah tenía un muy similar al suyo verdadero. También parecía unos dos o tres años mayor. Llevaba un vestido azul como el cielo con unos adornos plateados. El vestido se estrechaba en la cintura lo que hacía que su esbelta figura pudiese verse. Tenía el pelo un poco más largo pero de aquel mismo color castaño cobrizo. Sus ojos azules eran más profundos que nunca. Cuando Javier salió de su ensimismamiento preguntó.

-¿Tú también sientes como si…?

-¿Estuviéramos actuando según un guión?- dijo Sarah acabando así la pregunta.

Javier sonrió.

-Pero bueno, ¿aquí quién es el que le la mente, tú o yo?

Sarah sonrió también, pero acto seguido la sonrisa se trasformo en una cara de preocupación y miró en la dirección del camino del castillo.

-Creo que viene alguien.

-Genial, y ¿qué vamos a hacer cuando vean a este hombre inconsciente tirado en el suelo?

-Pues, lo que nunca se debe hacer cuando se sigue un guión. Improvisar.




Sarah tenía razón. Desde allí se podía ver a un grupo de unas nueve o diez personas que venían cabalgando desde el castillo. Cuando se acercaron pudieron distinguir algunas caras. Tres de ellos era los protectores de Lord Damian que al verlo salir corriendo del castillo habían ido tras él. A su lado cabalgaba la dama de compañía de lo princesa Elizabeth.

-¡Princesa, princesa!- gritaba mientras se acercaba galopando hacia ella. Era una mujer bajita y regordeta, anciana pero llena de energía. Javier sonrió al verla. Aquella anciana tenía un parecido impresionante con el hada madrina de la película de Walt Disney “La cenicienta”.

También venían con ellos tres soldados del rey que salvaguardaban a tres personas. Uno de ellos, el más anciano, era el principal consejero de la corte. Tenía una larga barba pelirroja salpicada por las canas. Llevaba una túnica verde botella que le llegaba hasta los pies. Montaba sobre un caballo negro veloz como el rayo y negro como la noche. Parecía severo y firme pero a la vez su cara transmitía confianza y serenidad. Junto a él cabalgaba un muchacho muy feo, tenía el pelo grasiento y los ojos grandes.

Delante de él se encontraba sobre su caballo Escipión, el príncipe heredero Koyren. Un joven ambicioso, soberbio, heredero de un reino demasiado grande para poder gobernarlo solo. Su padre, fallecido recientemente, dejó en su testamento la corona a su segundo hijo, Richard, un joven justo, inteligente y benévolo. Pero tras la muerte del rey el testamento no se encontró y todos dieron por supuesto que el nuevo rey sería el primogénito, Koyren.

Educado en el manejo de las armas, Koyren amaba las batallas y adoraba los duelos. Su sangre fría y su temeridad lo estaban corrompiendo por dentro. Era un joven de unos diecinueve o veinte años. Alto y fuerte. Tenía una oscura melena que le llegaba a la altura de los hombros. Todos los rasgos de su cara le hacían perecer lo que era; un príncipe. Sus ojos de un marrón oscuro eran penetrantes e intensos. A diferencia de sus acompañantes, exceptuando al consejero, Koyren iba armado únicamente con su espada en cuyo puño se encontraban doce gemas de un color azul oscuro. Cuando bajó del caballo fue a arrodillarse ante Sarah y cogiéndola de la mano dijo:

-Vinimos en cuanto supimos lo ocurrido. ¿Os encontráis bien princesa?

-¿Qué es exactamente lo que ha sucedido?- quiso saber el hombre de la larga barba.

Sarah estaba un poco confusa así que Javier tomó la palabra y habló en su lugar explicando brevemente lo que les había pasado.

-¿Y vos qué hacéis aquí?- dijo Koyren con tono despectivo mientras se incorporaba y se ponía al lado de Sarah.

-Me ha salvado la vida.- intervino Sarah con tono reconciliador.

La dama de compañía de la princesa quiso que su prometida no sufriera más por aquel accidente.

-No os preocupéis Lady Elizabeth. Volvamos al castillo. Aún hay muchas cosas que preparar. Ya sabéis el trabajo que da una boda.

Javier abrió mucho los ojos y miró a Sarah descubriendo así que ella estaba tan desconcertada como él.

-¿Boda?- preguntó Sarah muy confusa.

-Vaya, pobre criatura, este accidente ha debido de perturbarla- Koyren interrumpió a la dama y volvió a coger de la mano a Sarah.

-Recordar Lady Elizabeth, nuestro compromiso. Nuestra boda que tendrá lugar en tres días. Mi nombramiento en rey y vos mi reina.

Sarah miró aterrada a Javier. Paul y Jess le habían advertido sobre mantener promesas o contratos de ningún tipo con esas gentes. Javier sabía perfectamente lo que pensaba Sarah, ni siquiera habría hecho falta leerle la mente. En ese momento ocurrió algo completamente inesperado.

-Mi señor- dijo el anciano consejero.

-¿Sí, Cádilo?- respondió Koyren sin prestarle mucha atención.

-Si me lo permitís hay algo que desearía decir.

-Adelante.

Cádilo, el anciano de largas barbas se acercó a Sarah y a Javier sin desmontar y empezó a hablar con voz potente y segura.

-Bien sabéis mi señor que de todos los ministros y sabios del reino no hay ninguno que sapa mas sobre nuestras leyes que yo.

-¿Quién lo ha negado?

-Por ello,- prosiguió Cádilo haciendo caso omiso a la interrupción de Koyren.- es mi deber recordaros que la ley dictamina que toda mujer de sangre real deberá unirse en matrimonio con otro de sangre real o con… aquel que siendo caballero halla arriesgado su vida para salvarla.

El rostro del joven príncipe se ensombreció de pronto. Su mirada desafiante se posó en los pequeños ojos rodeados de arrugas de Cádilo.

-¿Qué estás insinuando?

-Majestad yo no insinúo nada. Yo digo y afirmo que este joven- dijo posando su mano sobre el hombro de Javier- podría casarse con Lady Elizabeth si ese fuera su deseo.

Koyren soltó una carcajada.

-Querido amigo, los años te están haciendo perder la cabeza. ¿De verdad pensáis que este muchacho desea casarse con mi prometida?

-Sí, lo deseo. Dijo Javier ante el asombro de  todos los presentes incluido él mismo.

Cádilo sonrió con satisfacción. Sarah pensaba que Javier había perdido la cabeza. El muchacho corría en riesgo de tener que vérselas con Koyren. Javier lo sabía muy bien pero no podía permitir que Sarah se quedara atrapada en la Edad Media.

-¿Estaréis bromeando?- quiso saber Koyren reprimiendo la sonrisa.

-Un caballero jamás bromea en estos asuntos, alteza- dijo Lord Brawen uno de los protectores de Lord Damian.

-La ley deja bien claro que solo aquel que venciera al otro pretendiente en justo duelo puede casarse con la dama.- aclaró Cádilo.

Koyren pensó que esa situación era un tanto ridícula. Él, un joven, apuesto y solicitado príncipe heredero de un reino fértil y próspero, prometido con Lady Elizabeth, segunda hija de los reyes del país vecino; había visto cómo su perfecto mundo se veía interrumpido por un caballero novato que le gustaba dárselas de héroe.

-Bien, bien. Si tanto os complace. Hagamos un duelo. No me opondré a ello. Decidme dónde y cuándo.

-Dentro de dos días, al amanecer, a las puertas del castillo.- dictaminó Cádilo.

El joven heredero se encogió de hombros, beso la mano de Sarah y dijo:

-Todo sea por conseguir el amor de la más bella.- y diciendo esto hizo una reverencia ante Sarah y ante los demás caballeros presentes y montando en su caballo dio media vuelta y volvió al castillo seguido por su criado y su escolta.

Javier rígido como una estatua le siguió con la mirada hasta que desapareció por el borde del camino.

-¡Santo cielo! ¿Acaso habéis perdido la cabeza?- dijo Lord Stylurd, otro de los protectores d lord Damian.

-¿Sois consciente de lo que habéis hecho?

-Estaba en su derecho- dijo Cádilo- y tiene mi aprobación. Todos estamos de acuerdo en que la llegada al trono de Koyren supondría el fin del reino. Pero se hace tarde, debemos volver al castillo. Lady Elizabeth, os ruego olvidéis a aquel hombre que intentó raptaros. Os prometo que no permitiré que ocurran cosas de este tipo nunca más. Tenéis mi palabra. De todas formas mandaré a mis mejores soldados a vuestra escolta.

-Os lo agradezco.- fue lo único que se le ocurrió decir a Sarah.

El anciano sonrió ampliamente.
-Estupendo. En cuanto a vos, -dijo dirigiéndose a Javier.- desearía hablaros, a poder ser esta misma tarde. Buscarme después del banquete, estaré en la biblioteca.



Javier caminaba hacia los aposentos del anciano consejero. Le había costado tanto aceptar el tener que estar con Sarah en la misma mesa pero en lados opuestos. Le había dolido tanto el no poder mirarla como a él le gustaba mirarla; despacio, observando sus gestos, su car, sus movimientos, sus ojos. No había podido mirarla porque sentía el peso de la mirada de Koyren sobre él constantemente. Muchas veces había pensado en leerle la mente pero luego se preguntaba<< ¿Verdaderamente me gustaría saber qué es lo que pasa por la mente de este individuo?>>.

Ante él había n enorme puerta de madera muy antigua. Quiso llamar pero antes de que su mano rozase siquiera la vieja madera oyó una voz que le invitaba a pasar. Al abrir la puerta,  esta chirrió de una forma estrepitosa.

Javier quedó maravillado ante aquella inmensa biblioteca d miles y miles de polvorientos ejemplares. Pensó en Sarah. Se acordó de lo que disfrutaba la chica cuando iban a la biblioteca pública de Lestrerside y se paseaban entre las estanterías del recinto.

Cádilo se encontraba ojeando un grueso volumen sobre la historia del escudo de armas real cuando se percató de la presencia de Javier.

-¡Ah! Ya estáis aquí, perfecto, perfecto. Tomad asiento.

Javier no entendía por qué los adultos tenían la estúpida manía de hacerle sentarse. Él pensaba que las horas que pasaba diariamente sentado en el instituto eran más que suficientes.

Como si el anciano adivinara su pensamiento, añadió rápidamente.

-Pero permaneced de pie si es vuestro deseo.

Javier, en su interior, se lo agradeció infinitamente. El consejero del difunto rey lo observaba detenidamente.

-No, no está mal. Joven, fuerte, decidido, valiente, un poco temerario pero no hay nadie perfecto. Lord Damian, suele decirse que por amor se hacen grandes locuras; pero esta…

-Vos dijisteis que estaba en mi derecho, no es así.

-Sí, y me alegro de vuestra decisión, pero… ¿Creéis que estáis preparado para gobernar un reino?

Javier se quedó paralizado. No había pensado en eso. En caso de que él venciera a Koyren en el duelo, cosa poco probable, la corona le pertenecería a él. En tal caso no podría volver a su época. Lo único positivo es que él y Sarah estarían juntos.

-De todas formas no creo que dabais preocuparos mucho por eso.- dijo Cádilo interrumpiendo sus pensamientos.- Cuando llegue el momento sabréis lo que deberéis hacer.

Javier no insistió. Sus entrenamientos con Paul y Jess le habían enseñado a ahorrarse preguntas a las que no había respuestas. Cádilo continuó hablando.

-¿Cómo estáis en el campo de armas?

Javier había asistido desde muy pequeño a clases de esgrima y le gustaba mucho la lucha medieval.

-Pues, creo que bien.

-Estupendo. De todas formas os aconsejaría que practicarais con Lord Richard. Nadie conoce el estilo de su hermano como él.

Javier asintió en silencio. Sujetó con fuerza el puño de su espada. Tendría que luchar con Koyren. Tendría que ser Koyren o él. Sólo uno sobreviviría. Pero él tenía que vencer. No podía permitir que Sarah acabara en brazos de otro y mucho menos de Koyren.

Cádilo lo miró con ternura. Aquel muchacho estaba arriesgando su vida  por Lady Elizabeth.

-Decidme una cosa Lord Damian. ¿Tanto amáis a esa joven?

Javier lo miró en silencio. Tras reflexionar durante uso instantes contestó.

-Hoy he descubierto que la amo más que a mi propia vida.






El reino despertaba temprano con la salida del sol. Aquella noche había nevado copiosamente y todo el castillo estaba cubierto por una blanca y brillante capa de nieve. La noche había sido heladora. El fuego calentaba todas las estancias.

Sarah había dormido  en una gran cama muy blanda cubierta con varias mantas. Lady Alison estaba pendiente de ella constantemente. Sarah había disfrutado de un maravilloso desayuno tras haber podido elegir entre varios preciosos vestidos que lady Alison y otras criadas le ofrecieron. Sarah escogió un vestido blanco que le encantó. Al parecer la princesa Elizabeth tenía unos gustos idénticos a los suyos. Sarah se miraba en el espejo mientras Lady Alison le peinaba su largo y ondulado pelo castaño. A Sarah a veces la costaba recordar que esa chica no era ella. Sirvientas, vestidos, castillos… ¿Quién no ha soñado nunca con pertenecer a la realeza?

En ese momento Sarah habría deseado estar con su madre, con Alex, con Lucy, con James…
Ahora jugaría con sus amigos en la nieve con sus botas, sus bufandas, sus guantes. Javier llevaría ese gorro blanco con letras negras que solía llevar él cuando iban al campo de rugby a tirarse bolas de nieve.

Javier… Sarah había reflexionado mucho sobre lo que había ocurrido el día anterior. Era verdad que tenía plena confianza en el muchacho pero no podía soportar la idea de que Koyren lo matara. Sarah había pensado en cómo sería tener que vivir con el asesino de Javier esta idea le atormentaba constantemente. Esta vez llegó incluso a marearse.

Sarah le pidió a Lady Alison que le permitiera ir a dar un paseo por el castillo. En un principio la buena mujer se opuso pero ante la insistencia de Sarah, al final acabó cediendo. Sarah consiguió que su escolta se redujera únicamente a Lady Alison y otra criada. Pensó que sería bueno respirar un poco de aire fresco. En el momento en el que vio todo el paisaje vestido de un blanco resplandeciente se quedó maravillada.

Cuando oyó un sonido de espadas chocando proveniente del patio de armas se inclinó con cuidado de no mojarse con la nieve que había en la barandilla del balcón. Sonrió cuando reconoció a Javier bajo su armadura que entrenaba con un joven de pelo negro. Cuando este la vio, la saludó con una reverencia y luego se fue a por un par de escudos para practicar con Javier. Cuando Javier se quedó solo en el patio de armas levantó la vista hacia donde estaba Sarah y guiñándole un ojo le lanzó un mensaje de fuego. De pronto en la nieve de la barandilla aparecieron unas letras ardientes que derritieron la nieve dejando a Sarah leer el mensaje que Javier le había enviado.

<<Todo va a salir bien. >>

Sarah sonrió y con ayuda de un golpe frio consiguió que las letras de fuego desaparecieran para que nadie las pudiera ver. Sarah miraba a Javier y Javier miraba a Sarah. El chico recordaba la primera vez que la había visto en aquella fiesta que ahora le parecía tan lejana. También recordaba las miles de veces que se había preguntado a si mismo << ¿Por qué yo? >>. Pero ahora se daba cuenta de que su vida no habría estado completa sin Sarah. Sin sus ojos, su pelo, su sonrisa… Javier iba a luchar por ella pero no para impedir que se quedara atrapada en la Edad Media. No, esta vez lucharía por amor.
Mientras él pensaba estas cosas, Sarah se despidió de él con la mano y desapareció adentrándose en el castillo. Richard volvió con los escudos, uno era el suyo y el otro el de Lord Damian.

-Ya los tengo Damian.

Javier había descubierto en aquel chico una persona completamente opuesta a su hermano. Richard era bueno, sensato, justo, agradable… había sido muy amable con Javier y lo estaba instruyendo magníficamente en el arte de la lucha.

Javier siguió mirando al balcón con la esperanza de que Sarah volviera a salir. Richard sonrió al verlo con esa cara de atontado.

-Definitivamente creo que, o una de dos: O te has vuelto completamente loco o estás perdidamente enamorado.

-Un poco de todo diría yo.- sentenció Javier volviendo a la realidad.

Richard se encogió de hombros un tanto divertido.

-Si tú lo dices.

Al parecer el príncipe Richard y el tal Lord Damian eran muy buenos amigos.

-Bueno, centrémonos. Recuerda Koyren suele empezar a atacar por la izquierda, le gustan los golpes bajos y cuanto más daño te haga…

-Más se divertirá.- dijo Javier acabando su frase.


Richard había advertido a Javier sobre el gusto de Koyren por la brutalidad y lo mucho que le gustaba derramar sangre. Sin embargo, Javier no había resultado ser tan frágil como Koyren pensaba. Cuando luchaba con Richard demostraba su agilidad, su rapidez y su destreza. Aunque no tenía reloj Javier calculó que llevarían unas cinco horas entrenando cuando Richard comenzó a sentir cansancio y opinó que ya había sido suficiente por esa mañana.

-Tal vez te apetezca venir a cabalgar un rato. Montar a caballo siempre es bueno después de un duro entrenamiento.- propuso Richard cuando media hora después los dos jóvenes se encontraron en la sala de banquetes. A Javier le pareció una excelente idea.

El caballo de Lord Damian se llamaba Telémaco. Era completamente marrón exceptuando una mancha blanca que tenía en el lomo pero que quedaba cubierta por la silla de montar. El sol había vuelto a desaparecer entre las nubes. Daba gusto oír las risas de dos jóvenes alegres llenos de vida que hacían carreras al galope por la orilla del rio congelado.

Dejaron descansar a los caballos bajo un gran árbol en cuyo suelo no había llegado la nieve y había abundante hierba verde. Richard y Javier se sentaron a descansar en unas grandes piedras planas que parecían especialmente hechas para sentarse en ellas.

-Recuerdo.- dijo Richard recuperando el aliento.- Recuerdo cuando éramos pequeños y jugábamos a los caballeros siempre que tu padre venía de visita al castillo.

Javier no recordaba nada de eso pero no sabía qué otra cosa podía hacer que no fuera darle la razón.

-Sí, lo recuerdo.

-Pero, lo que más recuerdo de esa época fue aquella vez que le dijiste a Elizabeth cuando teníamos ocho años: <<No permitiré que te cases con alguien que no sea yo>>

-¿Eso le dije?

-Ya lo creo. Jamás pensé que lo dijeras tan en serio. También recuerdo lo que te dijo ella: <<Y yo no me casaría con nadie que no fueras tú>>. Elizabeth te quiere Damian. Me acuerdo del día en el que su padre le dijo que se casaría con Koyren. Mi padre y el suyo tenían la gran ilusión de que sus dos reinos se juntaran algún día. Pero ahora cuando ya no está ninguno de los dos llegas tú y le desquebrajas su mundo ideal a  Koyren. Estoy orgulloso de ti.

Javier se sentía frustrado. Una inmensa ola de pensamientos le había venido de pronto y su mente estaba a punto de explotar.

-¿Te encuentras bien?

-¿Eh? Sí, sí por supuesto. Solo era un poco de cansancio.

-Pues descansa, es lo mejor.

-¿Y cómo acogió Koyren la noticia de que iba a casarse con Elizabeth?

-De maravilla Ya sabes que él siempre ha dejado corazones rotos allá donde fuera pero él siempre renunciaba a todas las muchachas por lo que él llama el amor de la más bella. Sin embargo yo sentiría lástima por Elizabeth si tuviera que casarse con Koyren. Cada día su corazón se parece más a un pedazo de hielo. Que la amaría, seguramente; pero ella no sería feliz, estoy seguro.

Javier escuchaba al joven con atención. A veces le recordaba un poco a James. No pensaba en sí mismo. Solo pensaba en los demás.

-Richard, yo… no puedo permitir que ella sea de Koyren. Yo… la  quiero.

Richard lo miró sonriendo.

Lo ves, ya te lo decía yo. Perdidamente enamorado.



En el interior de sus aposentos Koyren limpiaba su valiosa espada mientras sus consejeros le hacían miles de preguntas pues todos acababan de enterarse de la noticia del duelo.

-¡Caballeros, Caballeros! No se alteren, si desean aclarar algo les ruego que se marchen para hablar con Cádilo. Él sabrá contestar a todas sus dudas.

Al oír esto todos se fueron en busca del anciano consejero. Koyren sin darle ninguna importancia al asunto siguió sacándole brillo a su espada y de vez en cuando la hacía bailar entre los dedos.

El fuego iluminaba y calentaba la estancia mientras emitía ese sonido que a Koyren tanto le gustaba.

Unos minutos después entró Cádilo en la estancia sin ser presentado previamente.

-¿Por qué me los enviáis? Sabéis perfectamente que yo no voy a desperdiciar mi tiempo dándoles mil y una explicaciones que nunca les parecerán suficientes.

-Quería verte. Sabía que si te los enviaba acabarías viniendo tú.

-¿Qué queréis?

-Quiero una explicación.

-¿Vos también?

-La mía no os hará perder vuestro valioso tiempo. Decidme, ¿por qué razón habéis permitido que mi hermano entrene a ese aspirante a héroe?

-Pensé que no os importaría- dijo astutamente el anciano- además vuestro hermano necesita entrenarse. Tiene que estar preparado para entrar en combate en cualquier momento.

Koyren reflexionó unos instantes sobre las palabras del anciano y luego dijo resignado.

-En tal caso.

-¿Deseáis algo más?

-No, de momento no. Pero os lo advierto, podría acusaros de alta traición al rey.

-Alteza, vos no sois rey.

-Todavía no. Pero no habrá que esperar mucho para que podáis honrarme con ese título.



Sarah había permanecido en su habitación tanto en la comida como en la cena alegando que se encontraba indispuesta para bajar al salón de banquetes. Lady Alison estaba preocupadísima por ella y andaba de un lado a otro para encargarse de que ha su princesa no le faltara de nada. Sarah le decía una y otra vez que no necesitaba nada más pero la buena mujer la ignoraba constantemente. Solo cuando anocheció Lady Alison dejó sola a la princesa en su habitación pintando una precioso cuadro de un atardecer en el mar. Sarah quedó maravillada cuando observó la gran cantidad de cuadros que Lady Elizabeth había pintado y había mandado colgar en su habitación. Estaba tan absorta en la pintura que no oyó cómo una persona abría la puerta y sigilosamente se había colocado detrás de ella.

-Al parecer es cierto lo que dicen. La belleza hace a la belleza.

Sarah se dio la vuelta sobresaltada y se asustó cuando vio a Koyren junto a ella. La chica dejó caer el pincel que tenía entre las manos. El fuego de la chimenea se reflejaba en la mirada de Koyren.

-Elizabeth, Elizabeth. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué razón no has bajado al banquete?

-Me encontraba indispuesta.

-Entiendo.- dijo él mientras pasaba su brazo por la cintura de la chica.- Elizabeth, nunca me vuelvas a privar de un día sin verte.

-¿Qué haces aquí?- dijo ella intentando separase de él.

-Quería verte.

-No me parece una buena excusa para venir a estas horas.

Koyren sonrió maliciosamente.

-Sé que intentas parecer indiferente. Pero tú me amas y caerás entre mis brazos como han caído tantas otras.

-No me gusta compartir los brazos de nadie con nadie.

-Pero yo sólo te amo a ti. Yo puedo ofrecerte todo lo que Damian no podrá darte nunca. Tú serás mi reina.

-Eso lo decidirá el duelo.

-Él no te merece.

-¿Y tú sí?

-Elizabeth, yo moriría por ti.

-No es necesario. Por favor vete, quiero estar sola.

Koyren estaba tan cerca de ella que podía sentir los latidos de su corazón. Sarah se apartó de él y rehuyó su mirada dirigiéndose hacia la ventana.

-Caerás Elizabeth. Caerás ante mí.

-No es ese mi punto de vista.- dijo ella sin dignarse siquiera a mirarlo.



Koyren se sintió dolido y derrotado. Se marchó a dar un paseo a caballo. Estaba muy oscuro pero la luna le alumbraba el camino. Koyren estaba tan furioso que de haber podido habría derretido toda la nieve y el hielo con una sola mirada. ¿Por qué la única chica que él que quería realmente era la única que no se rendía ante él? ¿Por qué Elizabeth era tan impenetrable?

Koyren sabía que Damian había estado enamorado de Elizabeth desde la tierna infancia. Pero había mantenido la esperanza de que fuera un amor pasajero. Le hacía tanto daño en el corazón ver el amor con el que él la miraba a ella y ella lo miraba a él.

Se sentía furioso. Cabalgó y cabalgó hasta que Escipión no puco moverse del agotamiento. Koyren se sentía frustrado. ¿De qué le servía tener un reino si no tenía a nadie con quien compartirlo? ¿De qué le servía ser rey si no podía reinar junto a Elizabeth?

-Me ganaré su amor- le gritó a las montañas.- Aunque eso signifique tener que matar a Damian y a todo el que se interponga en mi camino.







El día siguiente fue más frio aún que el anterior. Nevaba sin parar, constantemente. Cádilo había informado tanto a Koyren como a Javier que si al día siguiente, el día del duelo, al amanecer no había dejado de nevar, la lucha se retrasaría hasta que la nieve cesara su actividad.

Pasaron cuatro días hasta que la tormenta comenzó a menguar. Todos los días Sarah recibía dos presentes. Uno era una joya preciosa que Koyren le enviaba todos los días por medio de un criado. La otra era una rosa roja que Sarah encontraba en la puerta de su habitación todas las mañanas cuando se levantaba. Pronto descubrió quien le enviaba la preciosa flor. Lady Alison la informó amablemente:

-Ese muchacho está loco. Me han dicho que todos los días se levanta antes de que amanezca, va hasta el jardín interior de Cádilo, coge una rosa, os la trae y luego se va a entrenar con Lord Richard.

A pesar de estas grandes demostraciones de amor. Javier y Sarah llevaban seis días sin poder hablar pues Cádilo había ordenado que la guardia velara por la tranquilidad de la princesa y había permitido a Sarah no tener porque bajar a la sala de banquetes. En el fondo Cádilo sabía lo difícil que era para Sarah tener que estar sentada al lado de Koyren y no poder estar con Javier.

El tiempo mejoró notablemente y el duelo se fecho para el día que hacían ocho días en la Edad Media. Esa noche casi nadie durmió bien en el castillo. Quien peor lo pasó fue Sarah. El día amaneció con un sol espléndido que quería presenciar aquel día tan importante para todo el reino.

En las puertas del castillo había un gran patio donde se solían hacer algunos banquetes en verano. Muchos criados se habían dedicado a quitar la nieve del terreno. A ambos lados del lugar se habían plantado dos tiendas, la de Koyren y la de Javier.

Richard, como buen entrenador y buen amigo, fue a darle un consejo de última hora a Javier. Estaba muy nervioso pero intentaba disimularlo.

-Recuerda todo lo que hemos estado haciendo en los entrenamientos.

-De acuerdo.

Richard se emocionó y en un repentino ataque de cariño le dio un abrazo a Javier. Javier también se lo dio a él. Richard estaba muy preocupado, en ese duelo iba a morir su mejor amigo o su hermano.

-Todo va a salir bien.- Le dijo Javier poniéndole una mano en el hombro.

-Es lo que llevas diciendo toda la semana.

-Es que estoy intentando ver si a base de repetirlo termino por creérmelo yo.

Richard sonrió. Javier le agradeció su ayuda y le apremió para que saliera de la tienda y le dejara armarse.

Poco después, un criado de Cádilo le trajo un mensaje:

<<Cuando sea el momento decisivo sabrás lo que tendrás que hacer>>

Faltaba menos de media hora para que empezara el duelo y Javier aún no se había armado. Se encontraba vestido únicamente con su túnica azul con el emblema de lord Damian y el cinto de su espada. Estaba sentado en una silla, algo que normalmente no le gustaba hacer, que había pedido que le trajeran cuando hicieron la tienda. De pronto sintió una mano que le tocaba el hombro. Se giró y vio a Sarah vestida con un maravilloso vestido violeta claro.

Levantándose de un salto dijo:

-Sarah, yo…

De pronto se dio cuenta de que la chica estaba llorando. Javier nunca la había visto llorar. Sus ojos húmedos y azules se asemejaban al mar. Javier le secó las lágrimas en silencio.

-Te quiero- dijo ella mientras sujetaba fuertemente sus manos.

Javier la abrazó con ternura. Sarah apoyada en su hombro lloraba silenciosamente. Permanecieron así un par de minutos abrazados, en silencio. Un silencio que había dicho más que un millón de palabras. Mientras Javier le acariciaba el pelo, Sarah recordaba aquel día en que montaron juntos en moto y las palabras que el chico le había dicho.

-No hace falta que confíes en la moto.- Recordó ella en voz alta.

-Solo tienes que confiar en mí.- recordó él.

Sarah miró a los ojos de Javier. Aquel chico se había convertido en el padre que nunca tuvo, en su mejor amigo… Javier se había convertido en el sentido de su vida.

Momentos después oyeron a Lady Alison que llamaba incesablemente a Lady Elizabeth mientras la buscaba por todas partes. Javier volvió a secarle las lágrimas a Sarah y besándole la mano le hizo notar que sería bueno que acudiera a la llamada de Lady Alison.



Koyren mandó un criado para que le dijera a Lady Elizabeth que el príncipe quería verla. Sarah, que se encontraba en el palco de honor junto con Lady Alison, le respondió al criado de la forma más respetuosa que pudo que si Koyren quería verla que viniera él que para algo tenía piernas.

El criado no sabía cómo decírselo a su amo pero la hizo comprender que tal vez la princesa se encontraba demasiado cansada y que por eso había pedido que acudiera ´l a verla. Koyren entró n razón t marchó al palco de honor ya completamente armado a excepción del casco y del escudo. Cuando llegó ante Sarah hizo una reverencia y dijo:

-Lady Alison, podéis dejarnos solos. Tenemos que hablar.

-No será necesario- dijo Sarah- yo puedo acompañaros a otro lugar si os place.

Koyren y Sarah se encontraban en el interior del ahora desierto castillo. Sarah quiso parecer fría y distante.

-Elizabeth, ¿Te han gustado mis regalos?

-El amor no se compra con joyas.

-Es cierto, pero, yo no quiero comprar tu amor.

-Entonces, ¿qué es lo que quieres?

-Quiero casarme contigo.

-Entonces no comparto tus deseos.

-¿Has pensado bien o que dices? ¿Por qué me rechazas constantemente?

-Creí que ya lo sabías.

-He intentado no aceptarlo. Elizabeth, ¿Si yo venciera a Damián, crees que algún día llegarías a amarme?

Sarah lo miró fijamente, luego desvió la mirada. Reflexionó mucho sobre esa pregunta. ¿Sería capaz de amar al asesino de Javier? No, ella sabía que no, pero se había dado cuenta de que ese joven la amaba de verdad. Pero había una pequeña diferencia con el amor de Javier. Ella correspondía al amor de Javier, pero no al de Koyren.

Sin embargo, Koyren malinterpretó su silencio creyendo que significaba una respuesta afirmativa a su pregunta.

-Era lo único que necesitaba saber.- Y diciendo esto con una medio sonrisa maliciosa, se marchó tras hace una profunda reverencia.

Cuando Koyren se fue, Sarah se quedó sola. Casualmente Richard pasó por allí y al verla se extraño mucho.

-Elizabeth, el duelo está a punto de comenzar. ¿Quieres que te acompañe?

Sarah asintió en silencio. Aquel joven era una persona digna de admirar. Aun estando la vida de su hermano y de su mejor amigo en peligro, él no se lamentaba ni se amargaba a sí mismo. Él se ponía a disposición de los demás.

-siento mucho ser la causa de esto.- se disculpó Sarah mientras caminaba hacia el campo donde se haría el duelo.

- No te preocupes. Después de todos sabíamos que este momento tarde o temprano acabaría llegando. Ya no se puede impedir. Es algo irremediable.



El duelo estaba a punto de dar comienzo. Sentados en el palco de honor se encontraban Sarah, Richard y Cádilo. En la entrada de sus respectivas tiendas Javier y Koyren terminaban de armarse. A cada lado del terreno se encontraban las banderas del escudo de armas de los dos jóvenes; el de Lord Damian, un león alado y el de Koyren, un águila negra.

Lentamente se acercaron el uno al otro. El silencio reinó sobre todos los presentes. Los dos jóvenes portaban su espada y su escudo. Los ojos de Koyren reflejaban la fuerza y el poder y los de Javier, la agilidad, la destreza… y la magia.

Hicieron una reverencia al palco de honor y se pusieron en posición de ataque.
Cádilo anunció el comienzo del duelo. Un segundo después Javier ya había esquivado el primer ataque de Koyren. Las espadas comenzaron a sonar.

Javier no veía el momento de coger por sorpresa a su contrincante pues Koyren siempre era el primero en atacar. Los minutos pasaban y Javier continuaba esquivando los ataques de Koyren con gran maestría pero nada más. Pero Koyren lo cogió desprevenido y la espada se clavó entre la clavícula y las costillas. Javier ahogó un grito de dolor. La sangre manaba por su hombro a una velocidad preocupante.

Tanto Richard como Sarah se asustaron mucho cuando vieron la mancha roja que salía del hombro de Javier. Sarah se incorporó de su asiento para poder ver mejor Que le había pasado a  Javier.

El muchacho deliraba de dolor. Cada vez que utilizaba el brazo para esquivar un golpe de Koyren su energía se agotaba lentamente. En el momento en el que Javier se encontraba al borde de la muerte debido al esfuerzo y al dolor, sintió una extraña sensación. Sintió como sus fuerzas se recargaban. Estaba recibiendo energía, pero esa no era una energía normal, era una energía mágica. Sarah le estaba traspasando todo su poder, su energía vital.

Javier se incorporó y por primera vez en el duelo, tomó él la iniciativa en el ataque. Koyren, que ya se sentía el vencedor del enfrenamiento, no se esperaba aquel cambio tan repentino lo que hizo que Javier pudiera arremeter contra él. La espada de Javier bañada en sangre dejó una profunda herida en el muslo izquierdo de Koyren.

Koyren en un intento desesperado de no caer volvió a atacar en la parte más vulnerable de Javier en ese momento: el hombro. Pero Sarah ya se lo esperaba y había tenido gran cuidado en proteger el hombro de Javier. El muchacho necesitó unos pocos movimientos más para que Koyren cayera ante él retorcido de dolor. Ante la inevitable muerte de Koyren, Javier tiro el escudo a la hierba y se quitó el casco pues le parecía que ya no iba a necesitarlo más.

-Ya tienes lo que querías. –Dijo Koyren agotando sus últimas fuerzas- ya me has quitado mi reino.

-Yo no deseo tu reino. Solo la quiero ella.

-Si es así mátame. Ya no quiero seguir viviendo.


-No seré yo el que decida si hay que matarte. Eso lo decidirá el nuevo rey, Lord Richard

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