sábado, 12 de enero de 2013

Más que a mi propia vida

Los días que la inspiración me abandona solamente me queda ofreceros un poquito de aquello que una vez escribí. Este fragmento pertenece a el primer borrador de mi libro. Espero que os guste. Buenas noches mis pequeños filósofos, desde algún rincón de mi estúpida sonrisa. María.

Javier recobró el conocimiento. Se encontraba en un patio de armas. Era alrededor del mediodía. El sol lucia alto y majestuoso pero no calentaba pues hacia frío  Había muchos escuderos y criados que corrían de un lado para otro con sillas de montar, armaduras, lanzas, escudos o espadas recién forjadas. Por primera vez, Javier se fijó en su atuendo. Llevaba una cota de malla que le llegaba hasta las rodillas cubierta por una túnica de color azul oscuro. La túnica llevaba el emblema bordado en oro de un león alado con dos espadas cruzadas bajo sus patas.

Al incorporarse se dio cuenta de lo mucho que pesaba la cota de malla. Mientras daba un par de vueltas al recinto para acostumbrarse a su peso, oyó que alguien lo llamaba por el nombre que Paul y Jess le habían dicho que lo llamarían.

-Lord Damian- unos caballeros que se encontraban fura del patio de armas estaban llamándolo. Javier acudió con paso firme y decidido.- os vemos muy pensativo. ¿Ocurre algo?

Los tres caballeros lo miraban con gesto cordial y a la vez preocupado. Javier recordó la posición de su personaje. Lord Damian era un joven recién nombrado caballero. Su valor y su destreza en la última batalla habían sido cruciales para su nombramiento. Aquellos tres hombres con los que Javier estaba hablando eran los protectores del joven caballero. Respondían ante él, le daban buenos consejos y le advertían prudentemente.

Javier pensó que esa sería la primera y también la última vez que utilizaría aquel dialecto medieval que tanto le gustaba a la Señorita Andrews.

-No, no ocurre nada. Solamente me encontraba reflexionando sobre la capacidad de almacenamiento del patio de armas.- fue lo primero que se le ocurrió decir. Le salió solo, no sabía muy bien porqué. Era como si estuviera siguiendo un guión.

-¿Y vuestra espada? No deberíais ir sin ella.

-Me disponía a subir a mis aposentos a cogerla.- se excusó rápidamente y subió al castillo.

Javier contempló maravillado la arquitectura de aquella soberbia construcción que se erguía sobre la ladera de una montaña en cuyo pie se encontraba el pueblo y los campos del reino. La piedra con la que estaba construido el castillo era de un asombroso marrón claro. En algunas piedras el sol se reflejaba <<Parece hecho de cristal>> pensó Javier.

Tras subir veintidós escalones, Javier empujó la pesada puerta de la entrada. Ante él se encontraba un gran salón de refulgente mármol con grandes ventanales que iluminaban completamente la estancia. A ambos lados de la puerta había una escalera. Javier subió por una de ellas y guiado por aquel extraño GPS interior, llegó a sus aposentos. Se trataba de una gran habitación con preciosos muebles y grandes ventanas.

Javier vio su espada dentro de su vaina al pie de la cama. Desenfundó la espada y pudo verse reflejado en ella. En ese momento cayó en la cuenta de que aún no sabía qué aspecto tenía. Guardó su espada y bajo a los establos en busca de algún barreño o cubo de agua en el que verse. Encontró un gran cubo de agua cristalina y al asomarse, él mismo se asombró de lo que vio.

Al parecer el tal Lord Damian era igual que él, tal vez dos o tres años mayor. Sí, tenía el aspecto de un joven apuesto de diecinueve años, incluso le había salido un poco de barba. Un criado se l acercó en silencio y le preguntó.

-Disculpad señor. ¿Deseáis que os prepare vuestro caballo?

A Javier le pareció gracioso cómo un chico de unos pocos años menos que él le trataba con tanto respeto. De pronto sintió que Sarah se encontraba en peligro. Su rostro se ensombreció de pronto.

-Sí, y hacerlo lo más rápido posible, os lo ruego.


Sarah estaba muy asustada, aquel hombre se acercaba cada vez más a ella. De repente un escudo circular apareció como si fuera un frisby y golpeó al hombre en la cabeza. Sarah miró en la dirección de la que había aparecido el escudo- frisby.

Montado sobre un caballo marrón apareció Javier. Cuando llegó hasta ella, desmontó rápidamente y la abrazó. Permanecieron así unos instantes hasta que Sarah rompió el silencio.

-Gracias.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Javier cogiendo las riendas de su caballo.

-Es un poco largo de explicar. Verás, resulta que al arecer soy la princesa Elizabeth, es curioso porque es mi segundo nombre. En fin, estaba en el jardín del castillo cuando oí que mi dama de compañía me llamaba desde fuera de las puertas del castillo. Salí y vi a ese hombre amenazando a la dama con su espada. No tuve tiempo para reaccionar. Me cogió, de una manera poco ortodoxa todo sea dicho, y me subió al caballo. Salté en cuanto me fue posible pero el hombre me persiguió. El resto de la historia ya la conoces.

Javier miraba alucinado a Sarah. No se había enterado de la mitad de las cosas que ella había dicho. Al igual que Javier, Sarah tenía un muy similar al suyo verdadero. También parecía unos dos o tres años mayor. Llevaba un vestido azul como el cielo con unos adornos plateados. El vestido se estrechaba en la cintura lo que hacía que su esbelta figura pudiese verse. Tenía el pelo un poco más largo pero de aquel mismo color castaño cobrizo. Sus ojos azules eran más profundos que nunca. Cuando Javier salió de su ensimismamiento preguntó.

-¿Tú también sientes como si…?

-¿Estuviéramos actuando según un guión?- dijo Sarah acabando así la pregunta.

Javier sonrió.

-Pero bueno, ¿aquí quién es el que le la mente, tú o yo?

Sarah sonrió también, pero acto seguido la sonrisa se trasformo en una cara de preocupación y miró en la dirección del camino del castillo.

-Creo que viene alguien.

-Genial, y ¿qué vamos a hacer cuando vean a este hombre inconsciente tirado en el suelo?

-Pues, lo que nunca se debe hacer cuando se sigue un guión. Improvisar


Sarah tenía razón. Desde allí se podía ver a un grupo de unas nueve o diez personas que venían cabalgando desde el castillo. Cuando se acercaron pudieron distinguir algunas caras. Tres de ellos era los protectores de Lord Damian que al verlo salir corriendo del castillo habían ido tras él. A su lado cabalgaba la dama de compañía de lo princesa Elizabeth.

-¡Princesa, princesa!- gritaba mientras se acercaba galopando hacia ella. Era una mujer bajita y regordeta, anciana pero llena de energía. Javier sonrió al verla. Aquella anciana tenía un parecido impresionante con el hada madrina de la película de Walt Disney “La cenicienta”.

También venían con ellos tres soldados del rey que salvaguardaban a tres personas. Uno de ellos, el más anciano, era el principal consejero de la corte. Tenía una larga barba pelirroja salpicada por las canas. Llevaba una túnica verde botella que le llegaba hasta los pies. Montaba sobre un caballo negro veloz como el rayo y negro como la noche. Parecía severo y firme pero a la vez su cara transmitía confianza y serenidad. Junto a él cabalgaba un muchacho muy feo, tenía el pelo grasiento y los ojos grandes.

Delante de él se encontraba sobre su caballo Escipión, el príncipe heredero Koyren. Un joven ambicioso, soberbio, heredero de un reino demasiado grande para poder gobernarlo solo. Su padre, fallecido recientemente, dejó en su testamento la corona a su segundo hijo, Richard, un joven justo, inteligente y benévolo. Pero tras la muerte del rey el testamento no se encontró y todos dieron por supuesto que el nuevo rey sería el primogénito, Koyren.

Educado en el manejo de las armas, Koyren amaba las batallas y adoraba los duelos. Su sangre fría y su temeridad lo estaban corrompiendo por dentro. Era un joven de unos diecinueve o veinte años. Alto y fuerte. Tenía una oscura melena que le llegaba a la altura de los hombros. Todos los rasgos de su cara le hacían perecer lo que era; un príncipe. Sus ojos de un marrón oscuro eran penetrantes e intensos. A diferencia de sus acompañantes, exceptuando al consejero, Koyren iba armado únicamente con su espada en cuyo puño se encontraban doce gemas de un color azul oscuro. Cuando bajó del caballo fue a arrodillarse ante Sarah y cogiéndola de la mano dijo:

-Vinimos en cuanto supimos lo ocurrido. ¿Os encontráis bien princesa?

-¿Qué es exactamente lo que ha sucedido?- quiso saber el hombre de la larga barba.

Sarah estaba un poco confusa así que Javier tomó la palabra y habló en su lugar explicando brevemente lo que les había pasado.

-¿Y vos qué hacéis aquí?- dijo Koyren con tono despectivo mientras se incorporaba y se ponía al lado de Sarah.

-Me ha salvado la vida.- intervino Sarah con tono reconciliador.

La dama de compañía de la princesa quiso que su prometida no sufriera más por aquel accidente.

-No os preocupéis Lady Elizabeth. Volvamos al castillo. Aún hay muchas cosas que preparar. Ya sabéis el trabajo que da una boda.

Javier abrió mucho los ojos y miró a Sarah descubriendo así que ella estaba tan desconcertada como él.

-¿Boda?- preguntó Sarah muy confusa.

-Vaya, pobre criatura, este accidente ha debido de perturbarla- Koyren interrumpió a la dama y volvió a coger de la mano a Sarah.

-Recordar Lady Elizabeth, nuestro compromiso. Nuestra boda que tendrá lugar en tres días. Mi nombramiento en rey y vos mi reina.

Sarah miró aterrada a Javier. Paul y Jess le habían advertido sobre mantener promesas o contratos de ningún tipo con esas gentes. Javier sabía perfectamente lo que pensaba Sarah, ni siquiera habría hecho falta leerle la mente. En ese momento ocurrió algo completamente inesperado.

-Mi señor- dijo el anciano consejero.

-¿Sí, Cádilo?- respondió Koyren sin prestarle mucha atención.

-Si me lo permitís hay algo que desearía decir.

-Adelante.

Cádilo, el anciano de largas barbas se acercó a Sarah y a Javier sin desmontar y empezó a hablar con voz potente y segura.

-Bien sabéis mi señor que de todos los ministros y sabios del reino no hay ninguno que sapa mas sobre nuestras leyes que yo.

-¿Quién lo ha negado?

-Por ello,- prosiguió Cádilo haciendo caso omiso a la interrupción de Koyren.- es mi deber recordaros que la ley dictamina que toda mujer de sangre real deberá unirse en matrimonio con otro de sangre real o con… aquel que siendo caballero halla arriesgado su vida para salvarla.

El rostro del joven príncipe se ensombreció de pronto. Su mirada desafiante se posó en los pequeños ojos rodeados de arrugas de Cádilo.

-¿Qué estás insinuando?

-Majestad yo no insinúo nada. Yo digo y afirmo que este joven- dijo posando su mano sobre el hombro de Javier- podría casarse con Lady Elizabeth si ese fuera su deseo.

Koyren soltó una carcajada.

-Querido amigo, los años te están haciendo perder la cabeza. ¿De verdad pensáis que este muchacho desea casarse con mi prometida?

-Sí, lo deseo. Dijo Javier ante el asombro de  todos los presentes incluido él mismo.

Cádilo sonrió con satisfacción. Sarah pensaba que Javier había perdido la cabeza. El muchacho corría en riesgo de tener que vérselas con Koyren. Javier lo sabía muy bien pero no podía permitir que Sarah se quedara atrapada en la Edad Media.

-¿Estaréis bromeando?- quiso saber Koyren reprimiendo la sonrisa.

-Un caballero jamás bromea en estos asuntos, alteza- dijo Lord Brawen uno de los protectores de Lord Damian.

-La ley deja bien claro que solo aquel que venciera al otro pretendiente en justo duelo puede casarse con la dama.- aclaró Cádilo.

Koyren pensó que esa situación era un tanto ridícula. Él, un joven, apuesto y solicitado príncipe heredero de un reino fértil y próspero, prometido con Lady Elizabeth, segunda hija de los reyes del país vecino; había visto cómo su perfecto mundo se veía interrumpido por un caballero novato que le gustaba dárselas de héroe.

-Bien, bien. Si tanto os complace. Hagamos un duelo. No me opondré a ello. Decidme dónde y cuándo.

-Dentro de dos días, al amanecer, a las puertas del castillo.- dictaminó Cádilo.

El joven heredero se encogió de hombros, beso la mano de Sarah y dijo:

-Todo sea por conseguir el amor de la más bella.- y diciendo esto hizo una reverencia ante Sarah y ante los demás caballeros presentes y montando en su caballo dio media vuelta y volvió al castillo seguido por su criado y su escolta.

Javier rígido como una estatua le siguió con la mirada hasta que desapareció por el borde del camino.

-¡Santo cielo! ¿Acaso habéis perdido la cabeza?- dijo Lord Stylurd, otro de los protectores d lord Damian.

-¿Sois consciente de lo que habéis hecho?

-Estaba en su derecho- dijo Cádilo- y tiene mi aprobación. Todos estamos de acuerdo en que la llegada al trono de Koyren supondría el fin del reino. Pero se hace tarde, debemos volver al castillo. Lady Elizabeth, os ruego olvidéis a aquel hombre que intentó raptaros. Os prometo que no permitiré que ocurran cosas de este tipo nunca más. Tenéis mi palabra. De todas formas mandaré a mis mejores soldados a vuestra escolta.

-Os lo agradezco.- fue lo único que se le ocurrió decir a Sarah.

El anciano sonrió ampliamente.
-Estupendo. En cuanto a vos, -dijo dirigiéndose a Javier.- desearía hablaros, a poder ser esta misma tarde. Buscarme después del banquete, estaré en la biblioteca.



Javier caminaba hacia los aposentos del anciano consejero. Le había costado tanto aceptar el tener que estar con Sarah en la misma mesa pero en lados opuestos. Le había dolido tanto el no poder mirarla como a él le gustaba mirarla; despacio, observando sus gestos, su car, sus movimientos, sus ojos. No había podido mirarla porque sentía el peso de la mirada de Koyren sobre él constantemente. Muchas veces había pensado en leerle la mente pero luego se preguntaba<< ¿Verdaderamente me gustaría saber qué es lo que pasa por la mente de este individuo?>>.

Ante él había n enorme puerta de madera muy antigua. Quiso llamar pero antes de que su mano rozase siquiera la vieja madera oyó una voz que le invitaba a pasar. Al abrir la puerta,  esta chirrió de una forma estrepitosa.

Javier quedó maravillado ante aquella inmensa biblioteca d miles y miles de polvorientos ejemplares. Pensó en Sarah. Se acordó de lo que disfrutaba la chica cuando iban  a la biblioteca pública de Lestrerside y se paseaban entre las estanterías del recinto.

Cádilo se encontraba ojeando un grueso volumen sobre la historia del escudo de armas real cuando se percató de la presencia de Javier.

-¡Ah! Ya estáis aquí, perfecto, perfecto. Tomad asiento.

Javier no entendía por qué los adultos tenían la estúpida manía de hacerle sentarse. Él pensaba que las horas que pasaba diariamente sentado en el instituto eran más que suficientes.

Como si el anciano adivinara su pensamiento, añadió rápidamente.

-Pero permaneced de pie si es vuestro deseo.

Javier, en su interior, se lo agradeció infinitamente. El consejero del difunto rey lo observaba detenidamente.

-No, no está mal. Joven, fuerte, decidido, valiente, un poco temerario pero no hay nadie perfecto. Lord Damian, suele decirse que por amor se hacen grandes locuras; pero esta…

-Vos dijisteis que estaba en mi derecho, no es así.

-Sí, y me alegro de vuestra decisión, pero… ¿Creéis que estáis preparado para gobernar un reino?

Javier se quedó paralizado. No había pensado en eso. En caso de que él venciera a Koyren en el duelo, cosa poco probable, la corona le pertenecería a él. En tal caso no podría volver a su época. Lo único positivo es que él y Sarah estarían juntos.

-De todas formas no creo que dabais preocuparos mucho por eso.- dijo Cádilo interrumpiendo sus pensamientos.- Cuando llegue el momento sabréis lo que deberéis hacer.

Javier no insistió. Sus entrenamientos con Paul y Jess le habían enseñado a ahorrarse preguntas a las que no había respuestas. Cádilo continuó hablando.

-¿Cómo estáis en el campo de armas?

Javier había asistido desde muy pequeño a clases de esgrima y le gustaba mucho la lucha medieval.

-Pues, creo que bien.

-Estupendo. De todas formas os aconsejaría que practicarais con Lord Richard. Nadie conoce el estilo de su hermano como él.

Javier asintió en silencio. Sujetó con fuerza el puño de su espada. Tendría que luchar con Koyren. Tendría que ser Koyren o él. Sólo uno sobreviviría. Pero él tenía que vencer. No podía permitir que Sarah acabara en brazos de otro y mucho menos de Koyren.

Cádilo lo miró con ternura. Aquel muchacho estaba arriesgando su vida  por Lady Elizabeth.

-Decidme una cosa Lord Damian. ¿Tanto amáis a esa joven?

Javier lo miró en silencio. Tras reflexionar durante uso instantes contestó.

-Hoy he descubierto que la amo más que a mi propia vida.

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