Javier recobró el conocimiento. Se encontraba en un patio de armas. Era alrededor
del mediodía. El sol lucia alto y majestuoso pero no calentaba pues hacia frío
Había muchos escuderos y criados que corrían de un lado para otro con sillas de
montar, armaduras, lanzas, escudos o espadas recién forjadas. Por primera vez,
Javier se fijó en su atuendo. Llevaba una cota de malla que le llegaba hasta
las rodillas cubierta por una túnica de color azul oscuro. La túnica llevaba el
emblema bordado en oro de un león alado con dos espadas cruzadas bajo sus
patas.
Al incorporarse se dio cuenta de lo mucho que pesaba la cota de malla.
Mientras daba un par de vueltas al recinto para acostumbrarse a su peso, oyó
que alguien lo llamaba por el nombre que Paul y Jess le habían dicho que lo
llamarían.
-Lord Damian- unos caballeros que se encontraban fura del patio de armas
estaban llamándolo. Javier acudió con paso firme y decidido.- os vemos muy
pensativo. ¿Ocurre algo?
Los tres caballeros lo miraban con gesto cordial y a la vez preocupado.
Javier recordó la posición de su personaje. Lord Damian era un joven recién
nombrado caballero. Su valor y su destreza en la última batalla habían sido
cruciales para su nombramiento. Aquellos tres hombres con los que Javier estaba
hablando eran los protectores del joven caballero. Respondían ante él, le daban
buenos consejos y le advertían prudentemente.
Javier pensó que esa sería la primera y también la última vez que
utilizaría aquel dialecto medieval que tanto le gustaba a la Señorita Andrews.
-No, no ocurre nada. Solamente me encontraba reflexionando sobre la
capacidad de almacenamiento del patio de armas.- fue lo primero que se le
ocurrió decir. Le salió solo, no sabía muy bien porqué. Era como si estuviera
siguiendo un guión.
-¿Y vuestra espada? No deberíais ir sin ella.
-Me disponía a subir a mis aposentos a cogerla.- se excusó rápidamente y
subió al castillo.
Javier contempló maravillado la arquitectura de aquella soberbia
construcción que se erguía sobre la ladera de una montaña en cuyo pie se
encontraba el pueblo y los campos del reino. La piedra con la que estaba
construido el castillo era de un asombroso marrón claro. En algunas piedras el
sol se reflejaba <<Parece hecho de
cristal>> pensó Javier.
Tras subir veintidós escalones, Javier empujó la pesada puerta de la
entrada. Ante él se encontraba un gran salón de refulgente mármol con grandes
ventanales que iluminaban completamente la estancia. A ambos lados de la puerta
había una escalera. Javier subió por una de ellas y guiado por aquel extraño
GPS interior, llegó a sus aposentos.
Se trataba de una gran habitación con preciosos muebles y grandes ventanas.
Javier vio su espada dentro de su vaina al pie de la cama. Desenfundó la
espada y pudo verse reflejado en ella. En ese momento cayó en la cuenta de que
aún no sabía qué aspecto tenía. Guardó su espada y bajo a los establos en busca
de algún barreño o cubo de agua en el que verse. Encontró un gran cubo de agua
cristalina y al asomarse, él mismo se asombró de lo que vio.
Al parecer el tal Lord Damian era igual que él, tal vez dos o tres años
mayor. Sí, tenía el aspecto de un joven apuesto de diecinueve años, incluso le
había salido un poco de barba. Un criado se l acercó en silencio y le preguntó.
-Disculpad señor. ¿Deseáis que os prepare vuestro caballo?
A Javier le pareció gracioso cómo un chico de unos pocos años menos que
él le trataba con tanto respeto. De pronto sintió que Sarah se encontraba en
peligro. Su rostro se ensombreció de pronto.
-Sí, y hacerlo lo más rápido posible, os lo ruego.
Sarah estaba muy asustada, aquel hombre se acercaba cada vez más a ella.
De repente un escudo circular apareció como si fuera un frisby y golpeó al
hombre en la cabeza. Sarah miró en la dirección de la que había aparecido el escudo-
frisby.
Montado sobre un caballo marrón apareció Javier. Cuando llegó hasta ella,
desmontó rápidamente y la abrazó. Permanecieron así unos instantes hasta que
Sarah rompió el silencio.
-Gracias.
-¿Qué ha pasado?- preguntó Javier cogiendo las riendas de su caballo.
-Es un poco largo de explicar. Verás, resulta que al arecer soy la
princesa Elizabeth, es curioso porque es mi segundo nombre. En fin, estaba en
el jardín del castillo cuando oí que mi dama de compañía me llamaba desde fuera
de las puertas del castillo. Salí y vi a ese hombre amenazando a la dama con su
espada. No tuve tiempo para reaccionar. Me cogió, de una manera poco ortodoxa
todo sea dicho, y me subió al caballo. Salté en cuanto me fue posible pero el
hombre me persiguió. El resto de la historia ya la conoces.
Javier miraba alucinado a Sarah. No se había enterado de la mitad de las
cosas que ella había dicho. Al igual que Javier, Sarah tenía un muy similar al
suyo verdadero. También parecía unos dos o tres años mayor. Llevaba un vestido
azul como el cielo con unos adornos plateados. El vestido se estrechaba en la
cintura lo que hacía que su esbelta figura pudiese verse. Tenía el pelo un poco
más largo pero de aquel mismo color castaño cobrizo. Sus ojos azules eran más
profundos que nunca. Cuando Javier salió de su ensimismamiento preguntó.
-¿Tú también sientes como si…?
-¿Estuviéramos actuando según un guión?- dijo Sarah acabando así la
pregunta.
Javier sonrió.
-Pero bueno, ¿aquí quién es el que le la mente, tú o yo?
Sarah sonrió también, pero acto seguido la sonrisa se trasformo en una
cara de preocupación y miró en la dirección del camino del castillo.
-Creo que viene alguien.
-Genial, y ¿qué vamos a hacer cuando vean a este hombre inconsciente
tirado en el suelo?
-Pues, lo que nunca se debe hacer cuando se sigue un guión. Improvisar
Sarah tenía razón. Desde allí se podía ver a un grupo de unas nueve o
diez personas que venían cabalgando desde el castillo. Cuando se acercaron
pudieron distinguir algunas caras. Tres de ellos era los protectores de Lord
Damian que al verlo salir corriendo del castillo habían ido tras él. A su lado
cabalgaba la dama de compañía de lo princesa Elizabeth.
-¡Princesa, princesa!- gritaba mientras se acercaba galopando hacia ella.
Era una mujer bajita y regordeta, anciana pero llena de energía. Javier sonrió
al verla. Aquella anciana tenía un parecido impresionante con el hada madrina
de la película de Walt Disney “La
cenicienta”.
También venían con ellos tres soldados del rey que salvaguardaban a tres
personas. Uno de ellos, el más anciano, era el principal consejero de la corte.
Tenía una larga barba pelirroja salpicada por las canas. Llevaba una túnica
verde botella que le llegaba hasta los pies. Montaba sobre un caballo negro
veloz como el rayo y negro como la noche. Parecía severo y firme pero a la vez
su cara transmitía confianza y serenidad. Junto a él cabalgaba un muchacho muy
feo, tenía el pelo grasiento y los ojos grandes.
Delante de él se encontraba sobre su caballo Escipión, el príncipe
heredero Koyren. Un joven ambicioso, soberbio, heredero de un reino demasiado
grande para poder gobernarlo solo. Su padre, fallecido recientemente, dejó en
su testamento la corona a su segundo hijo, Richard, un joven justo, inteligente
y benévolo. Pero tras la muerte del rey el testamento no se encontró y todos
dieron por supuesto que el nuevo rey sería el primogénito, Koyren.
Educado en el manejo de las armas, Koyren amaba las batallas y adoraba
los duelos. Su sangre fría y su temeridad lo estaban corrompiendo por dentro.
Era un joven de unos diecinueve o veinte años. Alto y fuerte. Tenía una oscura
melena que le llegaba a la altura de los hombros. Todos los rasgos de su cara
le hacían perecer lo que era; un príncipe. Sus ojos de un marrón oscuro eran
penetrantes e intensos. A diferencia de sus acompañantes, exceptuando al consejero,
Koyren iba armado únicamente con su espada en cuyo puño se encontraban doce
gemas de un color azul oscuro. Cuando bajó del caballo fue a arrodillarse ante
Sarah y cogiéndola de la mano dijo:
-Vinimos en cuanto supimos lo ocurrido. ¿Os encontráis bien princesa?
-¿Qué es exactamente lo que ha sucedido?- quiso saber el hombre de la
larga barba.
Sarah estaba un poco confusa así que Javier tomó la palabra y habló en su
lugar explicando brevemente lo que les había pasado.
-¿Y vos qué hacéis aquí?- dijo Koyren con tono despectivo mientras se
incorporaba y se ponía al lado de Sarah.
-Me ha salvado la vida.- intervino Sarah con tono reconciliador.
La dama de compañía de la princesa quiso que su prometida no sufriera más
por aquel accidente.
-No os preocupéis Lady Elizabeth. Volvamos al castillo. Aún hay muchas
cosas que preparar. Ya sabéis el trabajo que da una boda.
Javier abrió mucho los ojos y miró a Sarah descubriendo así que ella
estaba tan desconcertada como él.
-¿Boda?- preguntó Sarah muy confusa.
-Vaya, pobre criatura, este accidente ha debido de perturbarla- Koyren
interrumpió a la dama y volvió a coger de la mano a Sarah.
-Recordar Lady Elizabeth, nuestro compromiso. Nuestra boda que tendrá
lugar en tres días. Mi nombramiento en rey y vos mi reina.
Sarah miró aterrada a Javier. Paul y Jess le habían advertido sobre
mantener promesas o contratos de ningún tipo con esas gentes. Javier sabía
perfectamente lo que pensaba Sarah, ni siquiera habría hecho falta leerle la
mente. En ese momento ocurrió algo completamente inesperado.
-Mi señor- dijo el anciano consejero.
-¿Sí, Cádilo?- respondió Koyren sin prestarle mucha atención.
-Si me lo permitís hay algo que desearía decir.
-Adelante.
Cádilo, el anciano de largas barbas se acercó a Sarah y a Javier sin
desmontar y empezó a hablar con voz potente y segura.
-Bien sabéis mi señor que de todos los ministros y sabios del reino no
hay ninguno que sapa mas sobre nuestras leyes que yo.
-¿Quién lo ha negado?
-Por ello,- prosiguió Cádilo haciendo caso omiso a la interrupción de
Koyren.- es mi deber recordaros que la ley dictamina que toda mujer de sangre
real deberá unirse en matrimonio con otro de sangre real o con… aquel que
siendo caballero halla arriesgado su vida para salvarla.
El rostro del joven príncipe se ensombreció de pronto. Su mirada
desafiante se posó en los pequeños ojos rodeados de arrugas de Cádilo.
-¿Qué estás insinuando?
-Majestad yo no insinúo nada. Yo digo y afirmo que este joven- dijo
posando su mano sobre el hombro de Javier- podría casarse con Lady Elizabeth si
ese fuera su deseo.
Koyren soltó una carcajada.
-Querido amigo, los años te están haciendo perder la cabeza. ¿De verdad
pensáis que este muchacho desea casarse con mi prometida?
-Sí, lo deseo. Dijo Javier ante el asombro de todos los presentes incluido él mismo.
Cádilo sonrió con satisfacción. Sarah pensaba que Javier había perdido la
cabeza. El muchacho corría en riesgo de tener que vérselas con Koyren. Javier
lo sabía muy bien pero no podía permitir que Sarah se quedara atrapada en la
Edad Media.
-¿Estaréis bromeando?- quiso saber Koyren reprimiendo la sonrisa.
-Un caballero jamás bromea en estos asuntos, alteza- dijo Lord Brawen uno
de los protectores de Lord Damian.
-La ley deja bien claro que solo aquel que venciera al otro pretendiente
en justo duelo puede casarse con la dama.- aclaró Cádilo.
Koyren pensó que esa situación era un tanto ridícula. Él, un joven,
apuesto y solicitado príncipe heredero de un reino fértil y próspero, prometido
con Lady Elizabeth, segunda hija de los reyes del país vecino; había visto cómo
su perfecto mundo se veía interrumpido por un caballero novato que le gustaba
dárselas de héroe.
-Bien, bien. Si tanto os complace. Hagamos un duelo. No me opondré a
ello. Decidme dónde y cuándo.
-Dentro de dos días, al amanecer, a las puertas del castillo.- dictaminó
Cádilo.
El joven heredero se encogió de hombros, beso la mano de Sarah y dijo:
-Todo sea por conseguir el amor de la más bella.- y diciendo esto hizo
una reverencia ante Sarah y ante los demás caballeros presentes y montando en
su caballo dio media vuelta y volvió al castillo seguido por su criado y su
escolta.
Javier rígido como una estatua le siguió con la mirada hasta que
desapareció por el borde del camino.
-¡Santo cielo! ¿Acaso habéis perdido la cabeza?- dijo Lord Stylurd, otro
de los protectores d lord Damian.
-¿Sois consciente de lo que habéis hecho?
-Estaba en su derecho- dijo Cádilo- y tiene mi aprobación. Todos estamos
de acuerdo en que la llegada al trono de Koyren supondría el fin del reino.
Pero se hace tarde, debemos volver al castillo. Lady Elizabeth, os ruego
olvidéis a aquel hombre que intentó raptaros. Os prometo que no permitiré que
ocurran cosas de este tipo nunca más. Tenéis mi palabra. De todas formas
mandaré a mis mejores soldados a vuestra escolta.
-Os lo agradezco.- fue lo único que se le ocurrió decir a Sarah.
El anciano sonrió ampliamente.
-Estupendo. En cuanto a vos, -dijo dirigiéndose a Javier.- desearía
hablaros, a poder ser esta misma tarde. Buscarme después del banquete, estaré
en la biblioteca.
Javier caminaba hacia los aposentos del anciano consejero. Le había
costado tanto aceptar el tener que estar con Sarah en la misma mesa pero en
lados opuestos. Le había dolido tanto el no poder mirarla como a él le gustaba
mirarla; despacio, observando sus gestos, su car, sus movimientos, sus ojos. No
había podido mirarla porque sentía el peso de la mirada de Koyren sobre él
constantemente. Muchas veces había pensado en leerle la mente pero luego se
preguntaba<< ¿Verdaderamente
me gustaría saber qué es lo que pasa por la mente de este individuo?>>.
Ante él había n enorme puerta de madera muy antigua. Quiso llamar pero
antes de que su mano rozase siquiera la vieja madera oyó una voz que le
invitaba a pasar. Al abrir la puerta, esta chirrió de una forma estrepitosa.
Javier quedó maravillado ante aquella inmensa biblioteca d miles y miles
de polvorientos ejemplares. Pensó en Sarah. Se acordó de lo que disfrutaba la
chica cuando iban a la biblioteca
pública de Lestrerside y se paseaban entre las estanterías del recinto.
Cádilo se encontraba ojeando un grueso volumen sobre la historia del
escudo de armas real cuando se percató de la presencia de Javier.
-¡Ah! Ya estáis aquí, perfecto, perfecto. Tomad asiento.
Javier no entendía por qué los adultos tenían la estúpida manía de
hacerle sentarse. Él pensaba que las horas que pasaba diariamente sentado en el
instituto eran más que suficientes.
Como si el anciano adivinara su pensamiento, añadió rápidamente.
-Pero permaneced de pie si es vuestro deseo.
Javier, en su interior, se lo agradeció infinitamente. El consejero del
difunto rey lo observaba detenidamente.
-No, no está mal. Joven, fuerte, decidido, valiente, un poco temerario
pero no hay nadie perfecto. Lord Damian, suele decirse que por amor se hacen
grandes locuras; pero esta…
-Vos dijisteis que estaba en mi derecho, no es así.
-Sí, y me alegro de vuestra decisión, pero… ¿Creéis que estáis preparado
para gobernar un reino?
Javier se quedó paralizado. No había pensado en eso. En caso de que él
venciera a Koyren en el duelo, cosa poco probable, la corona le pertenecería a
él. En tal caso no podría volver a su época. Lo único positivo es que él y
Sarah estarían juntos.
-De todas formas no creo que dabais preocuparos mucho por eso.- dijo
Cádilo interrumpiendo sus pensamientos.- Cuando llegue el momento sabréis lo
que deberéis hacer.
Javier no insistió. Sus entrenamientos con Paul y Jess le habían enseñado
a ahorrarse preguntas a las que no había respuestas. Cádilo continuó hablando.
-¿Cómo estáis en el campo de armas?
Javier había asistido desde muy pequeño a clases de esgrima y le gustaba
mucho la lucha medieval.
-Pues, creo que bien.
-Estupendo. De todas formas os aconsejaría que practicarais con Lord
Richard. Nadie conoce el estilo de su hermano como él.
Javier asintió en silencio. Sujetó con fuerza el puño de su espada.
Tendría que luchar con Koyren. Tendría que ser Koyren o él. Sólo uno
sobreviviría. Pero él tenía que vencer. No podía permitir que Sarah acabara en
brazos de otro y mucho menos de Koyren.
Cádilo lo miró con ternura. Aquel muchacho estaba arriesgando su
vida por Lady Elizabeth.
-Decidme una cosa Lord Damian. ¿Tanto amáis a esa joven?
Javier lo miró en silencio. Tras reflexionar durante uso instantes
contestó.
-Hoy he descubierto que la amo más que a mi propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario