Querida familia,
Como muchos de vosotros ya sabéis, hace ya algún tiempo que
renuncié aquellas historias de amor platónico, romanticonas, cursis e idílicas.
Javier y Lía han crecido conmigo desde hace ya siete años. Son mi reflejo en
tinta y papel. Son mi vida, ms sentimientos, mis sueños y mis temores. Ellos son
la historia de mi alma. Son mi más plana felicidad, el proyectarme en ellos. Y por
esa razón de vez en cuando me permito un poquito de amor ilógico, de sonrisa
tonta y de baladas románticas en un viejo tocadiscos. No es que yo me haya
vuelto a enamorar… siempre os he dicho que cuando uno no está enamorado se
escribe mejor de amor. Es que ahora los he hecho más reales. Y en toda realidad
hay un poquito de magia, un poquito de locura que consigue que la felicidad
deje de ser inalcanzable. Ara vosotros este momento de coraje irracional. El instante
de una historia tan real como maravillosa. Permitidme la venia de una
cursilada.
Lía daba vueltas por su apartamento, sin rumbo fijo, matando
el tiempo. Resoplaba, miraba el móvil, lo apagaba. Alguien llamó a la puerta. Isabella
y Ana iban a volver hasta el día siguiente. Al abrir se encontró a Javier
empapado por completo pero con una sonrisa infinita.
-¿Qué haces aquí?
-Ven.- dijo él cogiendo su mano y tirando de ella hacia la
calle. Ella se asió para coger el abrigo, las llaves y cerrar la puerta. Y luego
volvió a coger su mano, esta vez voluntariamente, con fuerza. Y le invadió esa
sensación que Daniel llamaba Miedo y apellidaba Ilusión.
Caminaban por las calles mojadas, oscuras y vacías; alumbrados
solamente por la tenue luz de las farolas que se erguían cada quince metros. Javier
andaba deprisa con la absoluta certeza de saber a dónde se dirigía y ella
intentaba seguirle el ritmo. Llegaron a un parque pequeño que apenas tenía tres
bancos, una fuente y una cuidada muralla de setos.
-Aquí está bien.
-¿Bien? ¿Bien para qué? ¿Dónde estamos?
-Grítales.- dijo él ignorando sus preguntas. Ella lo miró
confusa.
-¿Que le grite a quién?
-Grítale a todo aquello que te tiene presa. Grítale a tus
miedos y temores. Grítale a tus dudas. Grítales que eres mucho más valiente que
todos ellos, que eres mucho más fuerte. Grítales que no te pueden destruir. Grítales
que no estás sola.
Unos meses antes Lía habría pensado que el muchacho estaba
completamente loco; pero ahora no. Dejó que las palabras de Javier se
derramaran por su alma como la lluvia que acariciaba su piel. Miró al cielo,
cogió aire y gritó.
-¡No tengo miedo! ¡No podréis conmigo! ¡Soy fuerte, soy
valiente!- miró a Javier. Él le había dado el valor de vivir con pasión en
medio de todas las tormentas. -¡No estoy sola!- gritó mientras las lágrimas de
felicidad chocaban con las gotas de lluvia en su rostro.- No estoy sola, estás
aquí. Te quiero.
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