jueves, 20 de marzo de 2014

Freedom

Cambios, todo en la vida son cambios. Movimientos, decisiones, arranques de coraje. Hoy clamo a una canción olvidada en mi interior, a los dulces acordes de una vivida experiencia, a la guitarra en el hombro clavada, a las polvorientas cuerdas de mi bella LIBERTAD.
Hoy suenan para mí.
Que soy mujer, alocada, tímida, a veces sensata. A mí que ayer lloraba por no saber nada, que veía un muro ante mis ojos. Para mí que hoy sonrío al entender que ese muro es escalón, que tengo una vida maravillosa esperando que suba al tren. Ese tren que me llevará tan lejos… me llevará aquí mismo. Sí, aquí. Pero algo habrá cambiado.
Y es que cada esquina, cada árbol, cada amanecer… lo siento nuevo, bello y distinto. Lo siento hermoso, lo siento propio. Hoy siento que esa melancólica luna de enero llena de tristeza, de angustia y de distancia; hoy brilla hermosa para mí. Cada noche, no estoy sola.
Reír, bailar, cantar, gozar, ser fuerte, tirar pa’lante. No olvidar nada de lo que dejo atrás, no. Mi pasado me hace ser lo que soy hoy. Pero es que me he enamorado tanto… de esta vida, de este sol, de cada mañana, de esta nueva oportunidad para crecer.
No puedo ser más feliz.
Sentir que no dependo de nadie (porque al fin de al cabo, la dependencia siempre conlleva a una esclavitud). Hoy apuesto por los míos y cada momento, cada instante voy a dejarme la piel por ellos. Y no por quererlos más son por quererlos un poquito mejor.
Adiós miedo, querido compañero: Hoy quiero pasear sin ti. Quiero acariciar el aire, la alegría de mi gente, quiero ver en su mirada todo lo que valen. Quiero ver valor, constancia, fortaleza. Adiós amigo, adiós. Adiós temblor, adiós lágrimas. Por hoy ya habéis gobernado bastante la distancia entre mi corazón y mi cabeza.
Pero os lo ruego, volved.
Vuelve miedo, vuelve para que tema perder a quien quiero. Y eso me haga mejor, me haga pedir perdón, hacerme chiquitita y ser humilde.
Vuelve temblor, vuelve con un nuevo beso, con la ilusión de un nuevo comienzo. Saca a bailar a mi querida Ilusión.
Volved lágrimas preciosas, volved a emocionarme, a hacerme suspirar, a sentirme orgullosa de mis personas. De mi vida.
Volved, volved, sois parte de  mi misma. Pero hoy no. Hoy está el mar tibio y sereno. Hoy la lluvia cicatriza heridas, hoy el juego funde el hielo de un corazón helado y atormentado. Qué sonrisa tan bonita tiene hoy el espejo. Soy yo, que soy mujer, alocada, tímida, a veces sensata. Yo que no me imposta el qué dirán, yo que no le debo nada a nadie.

Yo que me he enamorado tanto… de mi bella LIBERTAD

sábado, 1 de marzo de 2014

Lady Madrid

Como el primer beso, como la primera vez que ves el mar... así de especial es también la primera vez que un escritor recibe un premio por sus palabras. Aquí comparto con vosotros este relato corto que escribí con tanto cariño. Va por vosotros, por todos los que me cuidáis y me impulsáis hacia delante: 


A medida que nos acercábamos a la estación, un dulce dolor me nacía en el pecho. Lo llamé Miedo, lo apellidé Ilusión. Como una caricia del cielo, la brisa suave me recibió en cuanto bajé al andén. Siempre recordaré aquel amanecer madrileño porque despertó en mí la nostalgia de mi hogar, mi tierra y mi gente. Dejé atrás la estación de Atocha y con ella todo lo que había abandonado para llegar a la capital española. Todo a lo que había renunciado. Ante mí se alzaba una ciudad de edificios que ardían con los primeros rayos de sol. Qué pequeña me sentí entonces, como una gota en la inmensidad del mar.
Llegué a Madrid sola, con la guitarra de viaje al hombro y una maleta cargada de sueños, cartas de recomendación y dinero insuficiente para pagar un billete de vuelta. A aquellas horas las calles eran pasarelas de madrugadores, todos levantados y muy pocos despiertos. Iban y venían, bebían café, arrastraban ojeras… Habían perdido con el paso de los años el dinamismo y la ilusión. Y día tras día sucumbían ante la rutina. Rogué para no convertirme en una de ellos.
El gran reloj que estaba en la fachada de la estación marcaba las siete y tres minutos de la mañana. Tenía dos horas libres hasta mi primera entrevista de trabajo. Miré al cielo, cerré los ojos, respiré profundamente y me dirigí al único lugar que conocía, el Retiro. Y bajo el monumento de Alfonso XII observé Madrid.
Mientras, comencé a temer que tal vez me había equivocado, que aquel no era mi sitio. Yo no era valiente, ni fuerte, ni tenía grandes cualidades. Pero mi hermano me había enseñado que el que no arriesga no gana y desde luego con aquel viaje yo lo había arriesgado todo con la esperanza de ganar algo. Lo dejé todo por perseguir mi sueño. Aquellos pensamientos me inspiraron y empecé a tocar la guitarra. Al poco tiempo una niña se acercó a escucharme. Me miraba sonriendo, con la curiosidad y el brillo en los ojos de la más pura inocencia.
-Cántame “Aquella tarde”.- Su desparpajo y su pelo rojo me cautivó y claro está, no pude negarme.
Toqué aquella canción que tanto me recordaba a mis veranos preuniversitarios. Toqué como si esa canción fuese a darme una respuesta a mi eterno porqué. Cuando terminé el último acorde le extendí mi mano y me presenté.
-Alba Martínez. Periodista, astronauta, melómana, actriz y desde hoy, una gran fan tuya.
Ella me dio la mano con timidez.
-Elisa Tessier…- pensó un poco- de momento solo soy una niña. Pero algún día seré princesa.
Aquella fue la primera sonrisa sincera que esbozaba desde hacia tiempo inmemorable. Sus padres llegaron a los pocos minutos y se la llevaron temiendo que yo fuera a robarles a su preciosa criatura. Se despidió de mí mientras se alejaba arrastrada por unos padres que aún tenían el rostro enmarcado de angustia. Recordé a Sabina y suspiré.
-¡Joaquín, aún quedan princesas en Madrid!
Pasaban los minutos y opté por desayunar algo en el primer bar que encontrara abierto. No me fue muy difícil. Qué ambiente tan castizo se respiraba en aquellas calles, en aquellos bares. Tomé un café o tal vez dos y me aventuré a perderme por las arterias del corazón de España. Quiso la suerte, o tal vez mi desconocido sentido de la orientación, que volviera al Retiro y allí me quedé esperando a que pasara algo interesante. Por primera vez en mi vida me estaba aburriendo y eso me preocupó. Volví a tocar con la esperanza de que algún otro público se acercara a compartir conmigo unos momentos de compañía. Y así fue. Esta vez fueron dos muchachos jóvenes de apenas seis o siete años menos que yo.
-Eres buena- dijo el alto con el pelo rapado y la sudadera gigante.- No eres de “Madriz” ¿verdad?
-¿Tanto se nota?- pregunté yo sorprendida.
-Sí- contestaron al unísono. Dejaron resbalar en su afirmación un ligero toque de superioridad que me llegó a parecer cómico.
Intercambiamos algunas palabras más que no recuerdo. Me comentaron algo sobre fiestas, cubatas y manifestaciones. Fue una conversación sosa y superficial que terminó pronto. Teniendo en cuenta que yo no llegaba a los treinta seguramente me tacharon de conservadora, radical o rara. No me extrañaría. Recordé a Sabina de nuevo. Ciertamente a los niños les seguía dando por perseguir el mar dentro de un vaso de Ginebra.
Volví a quedarme sola, muy sola. Aquella soledad me aterraba y me refugié en un libro que llevaba siempre conmigo. Lo abrí por una página al azar y leí en voz alta.
-¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño…
- Y los sueños, sueños son.- Una voz a mis espaldas terminó aquella gran frase por mí.
Me di la vuelta y encontré a un señor mayor de brillante pelo blanco apoyado en un bastón.
-“La vida es sueño” de Calderón de la Barca. Un buen libro señorita. Dígame, ¿es usted actriz?
-Soy aspirante a serlo.
-Entiendo… - Aquel hombre se sentó a mi lado como si me conociera desde siempre. –Y a parte de vocalizar y representar, ¿qué le ha enseñado el teatro?
-Me ha enseñado que la vida es una escena y que puedo ser el personaje que yo desee. Que no me limita de dónde vengo, quién soy o qué tengo. –dije sin dudarlo un instante.
Hice sonreír a aquella fuente de sabiduría andante y me di por satisfecha. Don Esteban Ruíz, que así me dijo que se llamaba, me hizo compañía unos minutos en aquel viejo banco de El Retiro y me relató viejas historias y leyendas urbanas madrileñas que yo escuché fascinada. Pero como mis anteriores interlocutores se marchó.
Eran ya cerca de las nueve y media y me propuse encontrar la redacción del Hermes, el periódico donde me iban a hacer la entrevista de trabajo. Me recibió en un pequeño despacho un señor con bigote que fumaba mientras hacía como que leía mi curriculum vitae. Me recordó a Walter Matthau en su papel de redactor jefe de aquella película de periodistas que tanto me gustaba, Primera Plana.
-Bien,- dijo finalmente.- no le voy a engañar. El mundo del periodismo esta en un momento…
-¿Lamentable?- sugerí.
-Iba a decir crítico, pero su adjetivo me gusta más. En los últimos tres meses he tenido que echar a la calle a casi la mitad de nuestra plantilla. Dígame una buena razón por la que debería contratarla.
Me mordí el labio inferior como suelo hacer cuando algo me preocupa. Pensé y pensé pero no encontré ninguna buena razón para darle a aquel estresado redactor, o tal vez la encontré pero la descarté automáticamente al no considerarla suficientemente buena.
-Sé escribir.
-¡Por el amor de Dios!- puso los ojos en blanco y se masajeó las sienes.- Tengo a demasiados intentos de best-seller publicando columnas para rellenar espacios.
-Los escritores de best-sellers  son, en mi sincera y humilde opinión Don Jaime,  una casta de indeseables. Yo sé escribir.- enfaticé.
El señor redactor me miró frunciendo el ceño y accedió a darme una oportunidad para demostrarlo.
-Quiero aquí mil palabras para mañana a las seis.
Se lo agradecí de todas las maneras posibles y corrí a escribir el pasaporte a mi futuro. Volví al bar en el que había desayunado aquella misma mañana, saqué mi bloc de notas y mi bolígrafo con publicidad de mi facultad que guardaba como oro en paño y solo utilizaba para escribir cosas importantes. Y desde luego esta lo era.
Desgraciadamente, las Musas se negaban a compadecerse de mí. Pasó una hora, otra hora y poco a poco empezaron a brotar de mí palabras. No me gustaba lo que escribía y lo tachaba, volvía a empezar y al final me frustraba porque no conseguía nada consistente. De pronto, en mitad de aquella desesperación, recordé a Elisa, la pequeña pelirroja. Y partiendo de ella escribí un relato sobre la inocencia, la libertad, el amor a pesar de la enfermedad… No era lo mejor que había escrito nunca pero era lo único que tenia.
Aquella noche soñé, y digo soñé porque la emoción me impedía dormir, en un hotel de mala muerte pues mi reducido presupuesto apenas me daba para pagarme el desayuno del día próximo y el billete del metro hacia la redacción. A la mañana siguiente, mi segundo amanecer madrileño lo viví desde la puerta del periódico en la cual esperé a que abrieran desde las seis y media de la mañana.
-Usted aquí, - dijo Don Jaime al verme.- me extraña.
-No debe extrañarle.- respondí yo intentando sonreír para disimular los nervios. Le tendí el borrador de mi primera columna periodística.- Espero verle pronto aquí, que tenga un buen día.
Dicho esto me di la vuelta y caminé hacia mi hotel. Tal vez fueron imaginaciones mías pero creí oír un “Yo también”. Nada más abrieron los kioscos corrí a comprar un ejemplar para salir de mi asfixiante duda. Busqué en todas las páginas con ansias y a medida que se iban acabando mi desilusión aumentaba. Nada, ni una columna, ni una mención. Tiré el periódico en la primera papelera que encontré, decepcionada.
Y volvía estar sola. Quise regresar a casa. Estaba ya decidida a buscar cualquier trabajo para pagarme el billete de vuelta cuando una brisa suave como la que me dio la bienvenida a Madrid arrastró a mis pies una página de un periódico. Era la portada y la contraportada del Hermes. Me paré en seco, todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Me había olvidado de mirar la contraportada. Se me cortó la respiración. Allí estaba: “Libero” por Alba Martínez.
En aquel momento sentí la certeza profundísima de que estaba exactamente en el lugar en el que debía estar. Entendí que la casualidad no existe y que la vida realmente es una escena, un instante de coraje. Y yo había decidido arriesgar y había ganado un pedacito de felicidad.