Aquí os dejo un pequeño adelanto de mi libro para todos aquellos que me tacháis de egoísta y me echáis en cara, no sin falta de razón, que tengo mi blog abandonado. Espero que os guste.
Faltaban apenas cuatro horas para el segundo ataque. Todo dependía
de aquel combate. Se podía respirar la tensión en el cuartel general cuando
Savien entró. Los hermanos Narow y el
general Rynet discutían los detalles moviendo tropas de un lado al otro de un
plano subterráneo del Nucleus.
El general Rynet intentó levantarse cuando Savien se cuadró
ante él pero sus ayudantes se lo impidieron. Con un gran gesto de dolor, Eduard
Rynet se dejó caer en aquel molesto aparato.
-Acompáñame muchacho. –Movió la silla de ruedas hacia un
lugar más apartado para poder hablar con intimidad.
Savien mostraba un estado lamentable y lo sabía. Lleno de
heridas, sudor, sangre y barro; ni siquiera había tenido tiempo para ir a la enfermería.
Nada más llegar de Élodin fue a presentarse a su superior. Era lo que le habían
enseñado en la élite. Eduard lo observó en silencio, se quitó las gafas y
comenzó a limpiarlas despacio.
-Savien. No voy a participar en el ataque.
El rostro del muchacho contenía sorpresa e incomprensión.
-Pero señor, sin usted al mando…
-Mis médicos me lo prohíben. Créeme, he hecho lo imposible
pero tres costillas y una pierna rota no
son buenas armas en el campo de batalla.
Savien miraba al suelo temiendo escuchar las siguientes
palabras de su general.
-Solo te pido que la protejas.
Era verdad. Aquello que tanto había intentado evitar era
cierto. Y por primera vez en su vida sintió verdadero miedo. Miedo a perderla para siempre.
-Déjeme ir en su lugar.
-No podemos prescindir de ti en las patrullas.
-Sí pueden.
-Savien, tú no lo entiendes.
-¡Soy un miembro de la élite! -Levantó la voz
inconscientemente. –Estoy perfectamente capacitado para…
-No se trata de eso muchacho. Tú eres mucho más que un
miembro de la élite. Eres un soldado, eres un rebelde y sobre todo eres como un
hijo para mí. –Suspiró con cansancio y resignación. - Pero según la ley, y tú
lo sabes mejor que nadie, el mando de un ejército solo puede ser relevado en un
hijo de sangre. Y en este caso, una hija.
Su melena castaña bailaba con el viento del oeste. Las manos
firmes, los puños cerrados. La cabeza alta, la mirada azul tan valiente y a la
vez tan dulce.
-¿En qué piensas? -Savien a su lado con los brazos cruzados
miraba el mismo punto perdido en el horizonte. Su frente marcada de sangre
seca, las luxers descargadas todavía colgando de su cinturón. Delilah lo miró con asombrosa tranquilidad. Su
labio inferior ya no sangraba. Savien arqueó las cejas- ¿Qué te preocupa?
Ella suspiró.
-Es complicado de explicar.
-Tengo todo el tiempo del mundo para ti.
Delilah dudó unos segundos, respiró hondo y señaló el
atardecer.
-Imagina que vas por un camino y al final ves una luz
maravillosa, fuerte, mágica que te atrae. Mientras vas acercándote a ella
empiezas a dudar y a convencerte de que esa luz maravillosa no existe, que lo
que ves es simplemente una bombilla prácticamente fundida. Aún no lo sabes,
simplemente lo sospechas. Pero el miedo a la desilusión te impide avanzar…- Su
voz se quebró antes de terminar. Era demasiado orgullosa para llorar delante de
nadie y mucho menos de Savien. Él lo sabía. Pero la presión, la falta de sueño
y el dolor la vencieron.
Sin decir nada Savien la abrazó. Dejó que Delilah llorara en
su pecho. La rodeó con sus brazos aún entumecidos pero el contacto con la piel
suave de la chica lo reconfortaba. Lo que habría dado por sacarla de ese
infierno. Daría su vida para que ella sobreviviera a las próximas veinticuatro
horas. Sin separarse Savien le susurró al oído.
-Ahora imagina que el camino está oscuro; que esa luz, sea
una refulgente estrella o una minúscula bombilla es lo único que tienes. Nunca lo
sabrás si no tienes el valor de acercarte. El valor de arriesgar, solo así se
tiene la posibilidad de ganar.
Delilah asintió despacio mientras Savien le acariciaba el
pelo.
-Ahora imagina- siguió diciendo el chico.- Imagina que no
vas sola. Imagíname a tu lado protegiéndote, guiando cada paso que vas dando. Te
prometo estar allí. Te lo prometo.
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