Seamos sinceros. Como somos cuando ya no queda nada que
perder. Seamos coherentes. Como somos cuando intentamos aparentar una madurez
que no nos corresponde. No sabemos el día ni la hora. Solo sabemos que llegará
un momento en el que ya no estemos aquí.
Porque, desgraciadamente, estamos acostumbrados a tenernos. Nos
gusta decirnos “hasta luego”. Pero ¿quién nos da la certeza de que nos
volveremos a ver? Hoy cuando los he mirado y he visto sus sonrisas. A ellos dos
que son lo más importante de mi vida. Y he pensado “sin vosotros, yo no puedo”.
Estamos acostumbrados a vernos; mucho o poco pero a vernos al fin de al cabo. Y
a decir mil cosas sin decirnos nada, a mirar al frente y a callar el alma. Tenemos
esa mala costumbre de quedarnos en la rutina. Y en verdad solo nos hacemos
daño.
Cada vez que callamos una verdad, un reproche, un
sentimiento… Cada vez que reprimimos todo eso morimos un poquito y lo sabemos. Nadie
me asegura que ese “hasta mañana” será real. Nadie me asegura que estarás ahí. Nadie
te asegura que estaré allí. Y yo he intentado ser fuerte. Hoy he sido yo la que
ha dicho aquello de: “seamos positivos, no es un adiós para siempre”. Pero cuando
me alejaba mirando hacia atrás de vez en cuando me he sentido tan perdida e
incompleta. Porque dentro de mi ingenuidad siempre tendré mis momentos de honestidad
brutal conmigo misma. Porque si se me ha
regalado un día lo utilizaré para daros las gracias por existir. Porque no
quiero que lo único que quede sea aquel verso de Bécquer “Yo digo aún: ¿por qué
callé aquel día?/ y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?”
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