sábado, 4 de octubre de 2014

Coraggio

Querida familia,
Como muchos de vosotros ya sabéis, hace ya algún tiempo que renuncié aquellas historias de amor platónico, romanticonas, cursis e idílicas. Javier y Lía han crecido conmigo desde hace ya siete años. Son mi reflejo en tinta y papel. Son mi vida, ms sentimientos, mis sueños y mis temores. Ellos son la historia de mi alma. Son mi más plana felicidad, el proyectarme en ellos. Y por esa razón de vez en cuando me permito un poquito de amor ilógico, de sonrisa tonta y de baladas románticas en un viejo tocadiscos. No es que yo me haya vuelto a enamorar… siempre os he dicho que cuando uno no está enamorado se escribe mejor de amor. Es que ahora los he hecho más reales. Y en toda realidad hay un poquito de magia, un poquito de locura que consigue que la felicidad deje de ser inalcanzable. Ara vosotros este momento de coraje irracional. El instante de una historia tan real como maravillosa. Permitidme la venia de una cursilada.
Lía daba vueltas por su apartamento, sin rumbo fijo, matando el tiempo. Resoplaba, miraba el móvil, lo apagaba. Alguien llamó a la puerta. Isabella y Ana iban a volver hasta el día siguiente. Al abrir se encontró a Javier empapado por completo pero con una sonrisa infinita.
-¿Qué haces aquí?
-Ven.- dijo él cogiendo su mano y tirando de ella hacia la calle. Ella se asió para coger el abrigo, las llaves y cerrar la puerta. Y luego volvió a coger su mano, esta vez voluntariamente, con fuerza. Y le invadió esa sensación que Daniel llamaba Miedo y apellidaba Ilusión.
Caminaban por las calles mojadas, oscuras y vacías; alumbrados solamente por la tenue luz de las farolas que se erguían cada quince metros. Javier andaba deprisa con la absoluta certeza de saber a dónde se dirigía y ella intentaba seguirle el ritmo. Llegaron a un parque pequeño que apenas tenía tres bancos, una fuente y una cuidada muralla de setos.
-Aquí está bien.
-¿Bien? ¿Bien para qué? ¿Dónde estamos?
-Grítales.- dijo él ignorando sus preguntas. Ella lo miró confusa.
-¿Que le grite a quién?
-Grítale a todo aquello que te tiene presa. Grítale a tus miedos y temores. Grítale a tus dudas. Grítales que eres mucho más valiente que todos ellos, que eres mucho más fuerte. Grítales que no te pueden destruir. Grítales que no estás sola.
Unos meses antes Lía habría pensado que el muchacho estaba completamente loco; pero ahora no. Dejó que las palabras de Javier se derramaran por su alma como la lluvia que acariciaba su piel. Miró al cielo, cogió aire y gritó.
-¡No tengo miedo! ¡No podréis conmigo! ¡Soy fuerte, soy valiente!- miró a Javier. Él le había dado el valor de vivir con pasión en medio de todas las tormentas. -¡No estoy sola!- gritó mientras las lágrimas de felicidad chocaban con las gotas de lluvia en su rostro.- No estoy sola, estás aquí. Te quiero.