lunes, 23 de septiembre de 2013

Take me to Neverland

¡Cuánto miedo! Siento un frío seco en la garganta que baja lentamente. No tiemblo. El temblor lo llevo por dentro en cada gota de sangre que corre inquieta adentro mio. Un suspiro, un escalofrío y finalmente una lágrima llenita de angustia. Qué pequeña me siento ante este mundo tan feo, ante estos acontecimientos que me invitan a crecer. Es lo que toca. Un trago amargo.

Cómo desearía viajar a Nunca Jamás y no tener que afrontar esto. Cómo desearía poder escapar sin que nadie notase mi ausencia ni me echara de menos. Protegiéndome en aquello de que cuando una batalla está perdida, solo los que han huido pueden participar en la siguiente.

Mientras escribo aquí en el balcón escucho la noche, su estridente silencio. Miro la luna. Tan bonita es aunque a veces parece despistada por olvidarse de hacernos compañía... siempre está ahí aunque no la puedes ver. De cuántas noches en vela ha sido testigo, de besos en el portal, de silencios y despedidas... A veces crece y decrece como el amor y la amistad. Pero pensando en la distancia, esta bella dama me consuela recordándome que a miles de kilómetros se verá esta misma luna llena que hoy araña el mar.

Oh ¿Dónde estás respuesta de mi pregunta eterna? ¿Dónde quedo yo si te llevas mi mayor consuelo, mi alegría y mi seguridad? ¿Por qué yo soy tan Beatles y tú tan Stones, vida mía?

Yo me quedo aquí con un recuerdo viviendo en cada esquina de este lugar. Me quedo esperando a que comience el siguiente acto. Sabiendo que la batalla estará perdida cuando yo quiera. Pero no olvido que la segunda estrella a la derecha está a tan solo un pedazo de papel y un poco de tinta de mi cabecita loca.



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