jueves, 18 de abril de 2013

Cliffs

Javier movía la pierna con nerviosismo. La cabeza le iba a estallar de tantos pensamientos. Quería gritar, quería gritar muy alto que odiaba todo aquello. Que lo único que quería era irse solo a dar un paseo junto al mar. Quería que el viento le acariciara con rabia las mejillas y las olas le salpicaran al morir en la orilla.
No encantaba consuelo ni tranquilidad en nada. Se sentía preso como un pájaro en su jaula. Su casa se le quedaba tan pequeña… había desterrado su móvil a un oscuro cajón de su habitación. Había hecho desaparecer de su alcance todo aquello que le comunicaba con el mundo.
Apenas comía ya. Con una comida fuerte al día le sobraba. El nerviosismo con el que últimamente convivía le cerraba el estómago. Su principal problema era que tenía demasiado tiempo libre para pensar y preguntarse tantos “porqués”. Cada canción que escuchaba le cambiaba el ánimo y los sentimientos. Y todo le hacía dudar y tenía miedo. Estaba enfadado con todo el mundo. Con sus padres que le limitaban, con James que no le escuchaba ni intentaba comprenderle, con Alex simplemente porque era Alex, con Lucy… y sobre todo con Sarah.
Cada respuesta fría se clavaba en él con un inmenso dolor. Porque ponía su vida en ella y cuando ella le fallaba… cuando ella empezaba a hablar sobre sus complejos que para él eran tan estúpidos. Y entonces se sentía un egoísta y se arrepentía de muchas cosas, pero su orgullo; su terrible orgullo que le impedía pedir perdón. Y se odiaba a sí mismo. ¡Se odiaba tanto por no entenderse! Porque él sin aliados no era nadie. Se sentía la más minúscula partícula de polvo que cualquiera ignora y a todos molesta.
Su familia… tampoco los veis a su lado. Hacía ya mucho tiempo que había perdido la confianza con ellos. Se sentía solo en un pozo con el agua al cuello y sin nadie a quien gritar ayuda. Y así pasaba instante tras instante el último día de vacaciones antes de volver a la monótona rutina. Intentando buscar en su interior un pequeño instinto que le llevara por la dirección correcta. Pero los primeros intentos siempre son vanos y él tan acostumbrado a lo fácil, se desesperaba y lo daba todo por perdido. No encontraba la salida porque tampoco sabía dónde estaba. Se sentía inútil. Y él solito sin nadie más que él mismo acuchillándose estos pensamientos en su mente se hundía en una depresión, se infravaloraba hasta límites extremos y vivía en una profunda tristeza.
Su familia y sus amigos tenían ya suficientes problemas como para sobrellevar su falta de autoestima. Y se callaba, se tragaba toda la rabia y la incomprensión. Sabía que no, que ellos le dirían que es un chico maravilloso, inteligente, increíble… pero eso ya lo había oído muchas veces. Se lo decía la gente que lo quería. Pero él se negaba a creerlo.
Sabía que con el tiempo se le pasaría y volvería a sonreír y a ser el mismo chaval alegre que todos conocen. Pero ahora no entendía y le dolía no entender. Necesitaba afecto por parte de alguien porque también era un afectivo, un interesado, un mentiroso, un cobarde… Era todo eso todos los días, todos los instantes de su vida.
Al día siguiente volvería a la frustrante rutina que por lo menos le haría mantener su mente entretenida en algo que no fuera Sarah. Quería centrarse en sus estudios nada más. Quería ser tantas cosas… pero se sentía cada vez más lejos de sus sueños, cada vez más lejos de ser feliz. Un desperdicio de la sociedad así se sentía. Incapaz de sobrellevar el más mínimo sacrificio o sufrimiento. Solo quería desaparecer del mundo un tiempo. No ser nadie, no tener responsabilidades ni nada que lo destruyera por dentro. Quería ser libre pero sentía que su mayor enemigo, el que más daño le hacía era él mismo.

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