Se alejaba lentamente el sol de aquel pequeño paraíso de
horizonte perdido, cielo azul, agua helada y fina arena. Y en aquel lugar un
chico de diecisiete años miraba pensativo un punto indefinido de aquel
atardecer. El sol se reflejaba en su pelo, el cual Ella llamaba un inmenso
campo de espigas doradas donde sus dedos se perdían en caricias y en sus ojos
en los cuales Ella decía que estaban fabricados de ámbar y miel.
En aquel viejo muelle sin ningún barco haciéndole compañía con
los pies rozando el agua… Respiraba. Aquel dulce y a la vez intenso aroma a
libertad. Respiraba aquel instante sin miedo a nada. Sin temer un futuro
incierto. Solamente tenía ese momento. Y era un momento perfecto.
Aquella extraña primavera él estaba cambiando mucho. Se había hecho
más duro y más valiente. Le habían puesto a prueba durante largas semanas en
las que para él nada tenía sentido. Había llegado a sentir que su existencia
era vana e inútil. Pero aquel pequeño gesto cuando estaba en lo más hondo…
aquel pequeño acto de coraje irracional de negarse a perder a alguien que quería
tantísimo, a alguien tan importante para él. Aquel gesto por el que agachó la
cabeza y con humildad pidió perdón, le había salvado. Lo había sacado de ese
infierno y le había hecho inmenso. Y lo había hecho feliz.
No encontraba explicación lógica para lo que sentía ni la
necesitaba. Simplemente quería vivir. No le importaba volver a caerse, sabía
que se levantaría cada vez con más fuerza, con un impulso mayor y una lección
aprendida. Bajó del muelle y paseó sus pies descalzos entre las heladas olas
que venían a acariciarle. Se paró de pronto y se agachó para escribir en la
arena. Solo era una palabra. Pero era una palabra inmensa.
Miró el reloj sabiendo que pronto tendría que volver a casa.
Se despidió de aquel su segundo lugar favorito en el mundo agradeciéndole aquellas
bellas tardes de domingo. Y se alejó lentamente de la orilla sin mirar atrás. Dejando
allí sus miedos pasados y esa palabra en
la orilla. Una ola se llevó la palabra pero el recuerdo permaneció en
aquella playa. Porque era su eterna promesa. Porque caiga quien caiga Javier
siempre por encima de todo y de todos era eso:
INJUSTIFICABLE